para que el pueblo no pudiera discernir el ruido del grito de júbilo del ruido del llanto del pueblo; porque el pueblo gritaba a gran voz, y el ruido se oía de lejos. Los aullidos de los que se dejaban llevar por el dolor no se distinguían fácilmente de las aclamaciones gozosas de los que estaban llenos de alegría, de modo que sólo se oía un gran clamor. Tal fue la celebración al finalizar la fundación del segundo templo. El pequeño rebaño de creyentes ciertamente tenía motivos para alabar al Señor por toda Su bondad tal como la habían experimentado.

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