Y el Señor hizo girar un viento occidental muy fuerte, que se llevó las langostas y las arrojó al Mar Rojo, en el límite oriental de Egipto, donde fueron destruidas en el agua; no quedó ni una langosta en todo el territorio de Egipto. Esta liberación repentina fue nuevamente una evidencia indiscutible del poder todopoderoso de Jehová, el Dios de los hebreos.

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