Y sucedió que cuando Moisés levantó la mano, en actitud de ferviente súplica, que Israel prevaleció, la marea de la batalla fue a su favor; y cuando bajó la mano, Amalec prevaleció. No fue una batalla en la que la mera destreza de las armas provocó la decisión, sino una en la que los poderes del Dios verdadero lucharon con los enemigos de Su Iglesia.

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