Y sucedió que cuando Isaac envejeció, y sus ojos estaban nublados y no podía ver, llamó a Esaú, su hijo mayor, y le dijo: Hijo mío; y le dijo: He aquí, aquí estoy. Isaac tenía ya ciento treinta y siete años, y las debilidades de la vejez comenzaban a manifestarse en su vista debilitada; literalmente, en sus ojos debilitándose lejos de ver. Ahora, de manera formal y solemne, llamó a Esaú, su hijo favorito.

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