La tierra está de luto y languidece, a causa de la maldad cometida en su superficie y como consecuencia de la devastación causada por las hordas invasoras. El Líbano está avergonzado y talado, sus bosques poderosos se marchitaron; Sarón, la fértil llanura a lo largo del Mediterráneo, al sur del monte Carmelo, es como un desierto, porque fue a través de sus ricos campos por donde marcharon los invasores; y Basán y Carmelo, las dos elevaciones fructíferas en la parte oriental y occidental de la Tierra Prometida, sacuden sus frutos, de modo que sus grandes bosques quedan desnudos. Esta condición, que el Señor aparentemente había visto sentado, como si no estuviera interesado en la devastación, la quiere cambiar con un brazo poderoso.

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