Y en todos los montes que se cavarán con azada, que de ordinario se cavaron y cultivaron, no vendrá allá el temor de los cardos y los espinos, es decir, nadie se aventurará allí por temor a no poder hacer frente a los espinos. ; pero será para el envío de bueyes, que harán de las tierras devastadas su patio de recreo, y para el pisoteo del ganado menor.

Así, la historia de Judá y Jerusalén, hasta la venida del Mesías prometido, está esbozada en unas pocas líneas en negrita. En ese momento, la antigua gloria de Judá había desaparecido, y la orgullosa nación había quedado sujeta a una potencia mundial pagana. Cristo mismo, aunque el eterno Hijo de Dios, nació en la humildad de esta servidumbre. Él es, hasta el día de hoy, con el Evangelio proclamado por sus mensajeros, olor de vida para vida para quienes lo aceptan, pero olor de muerte para muerte para quienes lo rechazan.

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