Entonces el rey Sedequías, cediendo débilmente a la exigencia de sus consejeros, sobre todo porque parece haber guardado un rencor secreto contra el profeta por su propia cuenta, dijo: He aquí, está en tu mano; porque el rey no puede hacer nada contra ti. Fue un discurso elogioso, pero al mismo tiempo una confesión tanto de debilidad de carácter como de debilidad de autoridad.

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