Y la tierra descansó cuarenta años, pudiendo la gente seguir todas las búsquedas de la paz sin interferencia externa. Y Otoniel, el hijo de Quenaz, bajo cuyo impecable y feliz gobierno la tierra había sido restaurada a su antigua prosperidad, murió. Así, los hijos de Israel habían recibido una lección cuya fuerza debía ser impresa en ellos para siempre, porque toda prueba de la bondad de Dios tiene la intención de hacer que los hombres se aferren a Él con firme confianza.

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