para que no parezcas a los hombres que ayunas, sino a tu Padre que está en secreto; y tu Padre que ve en lo secreto te recompensará en público.

Nuevamente el Señor enfatiza el contraste. Una mera muestra externa de arrepentimiento sin un cambio de corazón no conviene a los seguidores de Jesús. Es posible que practiquen el ayuno; ésa es una costumbre loable y puede ser productiva. Pero al hacerlo, debe evitarse toda ostentación. Es el corazón el que debe sentir el dolor y la humildad, no el cuerpo. Por lo tanto, el lavamiento y la unción diarios habituales no deben omitirse, para que los hombres ni siquiera conozcan las condiciones.

Dios, su Padre celestial, que vive en los lugares secretos, cuya omnisciencia escudriña la mente y el corazón, lo sabrá. En el momento oportuno, hará las revelaciones necesarias y concederá la recompensa de la misericordia.

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