Mateo 6:1-34

1 “Guárdense de hacer su justicia delante de los hombres para ser vistos por ellos. De lo contrario, no tendrán recompensa de su Padre que está en los cielos.

2 Cuando, pues, hagas obras de misericordia, no hagas tocar trompeta delante de ti, como hacen los hipócritas en las sinagogas y en las calles para ser honrados por los hombres. De cierto les digo que ellos ya tienen su recompensa.

3 Pero cuando tú hagas obras de misericordia, no sepa tu izquierda lo que hace tu derecha,

4 de modo que tus obras de misericordia sean en secreto. Y tu Padre que ve en secreto te recompensará.

5 “Cuando ustedes oren, no sean como los hipócritas, que aman orar de pie en las sinagogas y en las esquinas de las calles, para ser vistos por los hombres. De cierto les digo que ya tienen su recompensa.

6 Pero tú, cuando ores, entra en tu habitación, cierra la puerta y ora a tu Padre que está en secreto; y tu Padre que ve en secreto te recompensará.

7 Y al orar, no usen vanas repeticiones, como los gentiles, que piensan que serán oídos por su palabrería.

8 Por tanto, no se hagan semejantes a ellos, porque el Padre de ustedes sabe de qué cosas tienen necesidad antes que ustedes le pidan.

9 Ustedes, pues, oren así: Padre nuestro que estás en los cielos: Santificado sea tu nombre,

10 venga tu reino, sea hecha tu voluntad, como en el cielo así también en la tierra.

11 El pan nuestro de cada día, dánoslo hoy.

12 Perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores.

13 Y no nos metas en tentación, mas líbranos del mal. [Porque tuyo es el reino, el poder y la gloria por todos los siglos. Amén].

14 Porque si perdonan a los hombres sus ofensas, su Padre celestial también les perdonará a ustedes.

15 Pero si no perdonan a los hombres, tampoco su Padre les perdonará sus ofensas.

16 “Cuando ustedes ayunen, no se hagan los tristes, como los hipócritas, que descuidan su apariencia para mostrar a los hombres que ayunan. De cierto les digo que ya tienen su recompensa.

17 Pero tú, cuando ayunes, unge tu cabeza y lávate la cara,

18 de modo que no muestres a los hombres que ayunas, sino a tu Padre que está en secreto. Y tu Padre que ve en secreto te recompensará.

19 “No acumulen para ustedes tesoros en la tierra, donde la polilla y el óxido corrompen, y donde los ladrones se meten y roban.

20 Más bien, acumulen para ustedes tesoros en el cielo, donde ni la polilla ni el óxido corrompen, y donde los ladrones no se meten ni roban.

21 Porque donde esté tu tesoro, allí también estará tu corazón.

22 “La lámpara del cuerpo es el ojo. Así que, si tu ojo está sano, todo tu cuerpo estará lleno de luz.

23 Pero si tu ojo es malo, todo tu cuerpo estará en tinieblas. De modo que, si la luz que hay en ti es oscuridad, ¡cuán grande es esa oscuridad!

24 “Nadie puede servir a dos señores; porque aborrecerá al uno y amará al otro, o se dedicará al uno y menospreciará al otro. No pueden servir a Dios y a las riquezas.

25 “Por tanto les digo: No se afanen por su vida, qué han de comer o qué han de beber; ni por su cuerpo, qué han de vestir. ¿No es la vida más que el alimento, y el cuerpo más que el vestido?

26 Miren las aves del cielo, que no siembran ni siegan ni recogen en graneros; y su Padre celestial las alimenta. ¿No son ustedes de mucho más valor que ellas?

27 ¿Quién de ustedes podrá, por más que se afane, añadir a su estatura un milímetro?

28 ¿Por qué se afanan por el vestido? Miren los lirios del campo, cómo crecen. Ellos no trabajan ni hilan;

29 pero les digo que ni aun Salomón, con toda su gloria, fue vestido como uno de ellos.

30 Si Dios viste así la hierba del campo, que hoy está y mañana es echada en el horno, ¿no hará mucho más por ustedes, hombres de poca fe?

31 “Por tanto, no se afanen diciendo: ‘¿Qué comeremos?’ o ‘¿Qué beberemos?’ o ‘¿Con qué nos cubriremos?’.

32 Porque los gentiles buscan todas estas cosas, pero el Padre de ustedes que está en los cielos sabe que tienen necesidad de todas estas cosas.

33 Más bien, busquen primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas les serán añadidas.

34 Así que, no se afanen por el día de mañana, porque el día de mañana traerá su propio afán. Basta a cada día su propio mal.

CAPITULO 6

SERMON DEL MONTE.—Continuación. Vers. 1-18. MAS ILUSTRACIONES ACERCA DE LA JUSTICIA DEL REINO—SU CARENCIA DE OSTENTACION. Advertencia general contra la ostentación en los deberes religiosos (v. 1).

1. Mirad que no hagáis vuestra justicia—En la versión recibida inglesa se usa la palabra “limosna” en vez de “justicia”. La autoridad externa para ambas lecciones es casi igual; pero la evidencia interna favorece decididamente a “justicia”. Siendo el tema del v. 2 la limosna, esa palabra muy parecida a la otra en griego, podría fácilmente ser sustituída por ella por el copiador del manuscrito; mientras que lo contrario no sería tan probable. Pero favorece aun más la palabra “justicia”, el hecho de que al leer así el primer versículo, “la justicia” viene a ser un encabezamiento general para toda esta sección del discurso, que inculca la idea de alejamiento de toda ostentación en todos los hechos de justicia; y la limosna, la oración y el ayuno, en este caso, se presentan como ejemplos seleccionados de esta justicia. Mientras que si leemos “no hagáis vuestras limosnas”, etc., este primer versículo tendría referencia a ese punto unicamente. Debemos entender que “justicia” en este caso significa esa misma justicia del reino de los cielos, cuyos aspectos especiales, en contraste con las perversiones tradicionales de la misma, el objeto de este discuso es hacer destacar, esa misma justicia de la cual dice el Señor: “Si vuestra justicia no fuere mayor que la de los escribas y de los Fariseos, no entraréis en el reino de los cielos” (cap. 5:20). El “hacer” esta justicia era una expresión bien entendida. Por ejemplo: “Dichosos … los que hacen justicia en todo tiempo” (Salmo 106:3). Aquí se hace referencia a los actos de justicia en la vida, las expresiones de una naturaleza bondadosa, y de estos actos el Señor más tarde dijo a sus discípulos: “En esto es glorificado mi Padre, en que llevéis mucho fruto; y seáis así mis discípulos (Juan 15:8). delante de los hombres, para ser vistos de ellos—con la idea o intención de ser vistos por ellos. Véase la misma expresión en el cap. 5:28. Es verdad que él les había requerido que dejasen brillar su luz delante de los hombres para que pudiesen ver sus buenas obras y glorificaran al Padre que está en los cielos (cap. 5:16). Pero esto está de acuerdo con la idea de no hacer un despliegue de nuestra propia justicia para nuestra glorificación. En realidad, practicar la justicia implica el no hacer ostentación de ella. de otra manera no tendréis merced de vuestro Padre que está en los cielos—Cuando hacemos todo lo que es nuestro deber para con Dios, quien en primer lugar lo exige y luego lo juzga, él se cuidará de que sea debidamente reconocido; pero cuando se realiza únicamente para hacer ostentación del cumplimiento de tal deber, Dios no lo puede reconocer, ni siquiera se detiene a juzgarlo; pues Dios acepta sólo lo que se hace teniéndolo a él en cuenta. Este versículo asiente el principio general, del cual siguen ahora tres ilustraciones.

La Limosna (vv. 2-4).

2. Cuando pues haces limosna, no hagas tocar trompeta delante de ti—Esta última expresión debe tomarse en sentido figurado y significa publicar la limosna dada. como hacen los hipócritas—Esta palabra, tan frecuentemente usada en nuestras Escrituras, significa primeramente uno que hace el papel de actor, y luego, uno que aparenta ser lo que no es (como aquí), o encubre lo que realmente es (como en Lucas 12:1). en las sinagogas y en las plazas—los lugares de reunión religiosa y secular. para ser estimados de los hombres: de cierto os digo—En solemnes expresiones como esta última, es el Legislador y el Juez quien nos habla. que ya tienen su recompensa—Todo lo que ellos deseaban era el aplauso humano y lo consiguieron; y eso será todo lo que obtendrán jamás.

3. Mas cuando tú haces limosna, no sepa tu izquierda lo que hace tu derecha—Lejos de exhibirla en público, ni siquiera te solaces en ella en tus pensamientos, no sea que contribuya al orgullo espiritual.

4. Para que sea tu limosna en secreto: y tu Padre que ve en secreto, él te recompensará en público—Véase 1 Timoteo 5:25; Romanos 2:16; 1 Corintios 4:5.

La Oración (vv. 5, 6).

5. cuando oras, no seas como los hipócritas; porque ellos aman el orar en las sinagogas, y en los cantones de las calles en pie [véase v. 2], para ser vistos de los hombres: de cierto os digo, que ya tienen su pago—La postura de pie al orar, era la práctica antigua, tanto de los judíos como de la iglesia cristiana primitiva, como bien lo saben los que han estudiado este asunto. Pero claro está que esta postura conspicua abría las puertas a la ostentación.

6. Mas tú, cuando oras, éntrate en tu cámara [un lugar de retiro], y cerrada tu puerta, ora a tu Padre que está en secreto; y tu Padre que ve en secreto, te recompensará en público—Es evidente que lo que aquí se condena no es la oración en público. Esta puede ser ofrecida en cualquier circunstancia si no es inspirada por un sentimiento de ostentación, sino que es dictada por el gran principio de la oración en sí. Lo que aquí se enseña es el carácter modesto de la verdadera oración.

Indicaciones Suplementarias, y un Modelo de Oración (vv. 7-15).

7. Y orando, no seáis prolijos—“No seáis charlatanes”, sería una traducción mejor, tanto por la forma de la palabra en el original, la cual trata de imitar el sonido de una charla, como por el sentido, pues expresa no tanto la repetición de las mismas palabras como una absurda multiplicación de ellas, como se ye por lo que sigue. como los Gentiles; que piensan que por su parlería serán oídos—Este método de devoción pagana se observa todavía por los hindúes y mahometanos. Lightfoot dice que los judíos tenían una máxima que decía: “Todo aquel que multiplica la oración, es oído”. En la Iglesia de Roma no sólo se practica en una forma exagerada, sino que, como Tholuck bien lo observa, la misma oración que el Señor dió como un antídoto para las vanas repeticiones, es la más abusada con este propósito supersticioso. Se considera de mayor mérito el mayor número de repeticiones que de ella se hagan. ¿No es precisamente este aspecto característico de la devoción pagana el que el Señor condena aquí? Pero el orar mucho y el usar algunas veces las mismas palabras, no se condena aquí, y cuenta con el mismo ejemplo del Señor.

8. No os hagáis, pues, semejantes a ellos; porque vuestro Padre sabe de qué cosas tenéis necesidad, antes que vosotros le pidáis—Por lo tanto él no necesita ser informado de nuestras necesidades, ni movido por nuestra incesante oración, para atenderlas. ¡Qué concepto de Dios tenemos aquí, en contraste con los dioses de los paganos! Pero téngase bien presente que no se refiere a Dios como el Padre general de la humanidad cuando nuestro Señor dice: “Vuestro Padre sabe de qué cosas tenéis necesidad, antes que vosotros le pidáis”; porque no es a los hombres como tales a quienes se dirige en este discurso sino a sus propios discípulos: los pobres en espíritu, los que lloran, los que tienen hambre y sed de justicia, los misericordiosos, los de limpio corazón, los pacificadores, los que permiten que se diga de ellos toda suerte de mal por causa del Hijo del hombre. En una palabra, se trata de los hijos de Dios, los cuales han sido regenerados y miran los intereses de su Padre como suyos propios, a quienes se les asegura aquí que su Padre, por su parte, hará suyos los intereses de ellos, y no necesita que se le recuerden ni que se le comuniquen las necesidades de ellos. Y, sin embargo, él desea que sus hijos oren, y añade sus provisiones prometidas a la petición que ellos hagan por ellas; y de este modo nos anima a acercarnos a él y a mantenernos a su lado, a hablar y a andar con él, a abrirle a él todos nuestros asuntos y asegurarnos de que pidiendo así, recibiremos, buscando así hallaremos, llamando así se nos abrirá.

9. Vosotros pues, oraréis así—El pronombre vosotros lleva énfasis aquí, en contraste con las oraciones de los paganos. Que esta incomparable oración fué dada no sólo como modelo sino como forma, se puede entender teniendo en cuenta su propia naturaleza. Si consistiese solamente en sugestiones o direcciones para orar, sería usada meramente como un manual; pero, observando que se trata de una oración real, designada para mostrar cuánto podría ser comprimida la verdadera oración en el mínimo número de palabras, y. sin embargo, permanecer como oración, tanto más incomparable por eso mismo, es extraño que haya duda sobre si podríamos recitar esa misma oración. Ciertamente las palabras con las cuales es introducida la segunda vez, y en forma algo distinta, en Lucas 11:2, deben satisfacer este punto: “Cuando orareis, decid: Padre nuestro”. Sin embargo, ya que la segunda forma varía considerablemente de la primera, y ya que no se conoce ningún ejemplo de su uso, ni ninguna cita o fraseología de la misma en el resto del Nuevo Testamento, debemos cuidarnos de usarla con espíritu supersticioso. Cuán temprano empezó a aparecer en los cultos de la iglesia, y a qué extremos más tarde fué llevada, las personas entendidas en historia eclesiástica lo saben. El espíritu que produjo este abuso tampoco ha desaparecido de algunas ramas del protestantismo, aun cuando el extremo opuesto, igualmente condenable, se halla en algunas otras ramas.

La Oración Modelo (vv. 9-13). De acuerdo con los “padres” latinos y la Iglesia Luterana, las peticiones de la oración del Señor son siete; según los “padres” griegos, la Iglesia Reformada y los teólogos de West-minster, son solamente seis, considerándose las últimas dos como una, lo que nos parece menos correcto. Las primeras tres tienen que ver exclusivamente con Dios: “Santificado sea tu nombre”; “venga tu reino”; “hágase tu voluntad”. Aparecen en escala descendente, pasando de su propia persona a su manifestación en su reino; y de su reino a la plena sujeción de sus súbditos, o la plena ejecución de su voluntad. Las cuatro peticiones restantes tienen que ver con nosotros mismos: “Danos hoy nuestro pan cotidiano”; “perdónanos nuestras deudas”; “no nos metas en tentación”; “líbranos del mal”. Pero estas últimas peticiones aparecen en una escala ascendente, pasando de las necesidades corporales diarias a la liberación final de todo mal.

La Invocación (v. 9). Padre nuestro que estás en los cielos—En la primera parte de esta cláusula expresamos la cercanía de Dios con respecto a nosotros; en la segunda, su lejanía de nosotros. (Véase Eclesiastés 5:2; Isaías 66:1). Una familiaridad santa y amorosa expresa la primera parte; una grandiosa reverencia, la segunda. Llamándole “Padre”, expresamos un parentesco que todos hemos conocido y sentido desde nuestra infancia; pero llamándole “Padre nuestro que estás en los cielos”, hacemos un contraste entre él y los padres que todos conocemos aquí abajo, y por esto elevamos nuestras almas a aquel “cielo” donde él mora, y a aquella majestad y gloria que existen allí como en casa propia. Estas primeras palabras de la oración del Señor, esta invocación con que comienza, ¡qué brillantez y qué calor arroja sobre toda la oración, y a qué región tan serena conduce al creyente que ora, al hijo de Dios que se acerca a él! Es cierto que la paternidad de Dios para con su pueblo no es desconocida en el Antiguo Testamento. (Véase Deuteronomio 32:6; Salmo 103:13; Isaías 63:16; Jeremias 3:4, Jeremias 3:19; Malaquías 1:6; Malaquías 2:10). Pero éstos no son más que vislumbres o, como Éxodo 33:23 lo expresa, “las espaldas” de Dios en comparación con “la cara descubierta” de nuestro Padre revelada en Jesús. (Véase Nota, 2 Corintios 3:18). No es por demás decir que la idea que el Señor da a través de este largo discurso suyo, al usar la expresión “Padre nuestro que estás en los cielos”, empequeñece todo lo que jamás había sido enseñado, aun por la propia palabra de Dios, o concebido por sus santos sobre este tema.

Primera Petición (v. 9). santificado sea—Es decir, sea tenido en reverencia; mirado y tratado como santo. tu nombre—El nombre de Dios significa su misma personalidad revelada y manifestada. En todas partes en las Escrituras, Dios define y señala la fe y el amor y la reverencia y la obediencia que él espera de los hombres, mediante sus manifestaciones a ellos, acerca de lo que él es; tanto para alejar conceptos falsos acerca de él, como para que toda la devoción de su pueblo tome la forma y el matiz de su propia enseñanza.

La Segunda Petición:

10. Venga tu reino—El reino de Dios es aquel reino moral y espiritual que el Dios de la gracia está levantando en este mundo caído, los súbditos del cual son todos aquellos que de corazón han sido sujetos a su glorioso cetro, y del cual su Hijo Jesús es la gloriosa cabeza. En su realidad interna este reino existió siempre desde que hubo hombres que “caminaron con Dios” (Génesis 5:24), y “esperaron su salvación” (Génesis 49:18); que estaban “continuamente con él, sostenidos por su diestra” (Salmo 73:23), y que aun en el valle de sombra de muerte, no temían mal alguno, cuando él estaba con ellos (Salmo 23:4). El advenimiento del Mesías fué un aviso de que el reino visible se acercaba. Su muerte colocó los profundos cimientos del reino; su ascensión a lo alto, “cautivando la cautividad y tomando dones para los hombres, y también para los rebeldes, para que habitase entre ellos el Señor Dios”; y la lluvia pentecostal del Espíritu, mediante la cual esos dones para los hombres descendieron sobre los rebeldes y el Señor Dios fué visto en la persona de miles y miles, “habitando” entre los hombres, fueron aspectos de la gloriosa venida de su reino. Pero todavía está por llegar, y esta petición, “venga tu reino”, debe continuar mientras exista un solo súbdito que deba ser introducido en este reino. Pero ¿no se extiende esta oración más adelante todavía, hasta “la gloria que ha de ser revelada”, hasta la etapa del reino llamada “el reino eterno de nuestro Señor y Salvador Jesucristo” (2 Pedro 1:11)? Quizá no directamente, en vista de que la petición que sigue, “Sea hecha tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra”. hace referencia a este estado presente de imperfección. Sin embargo, la mente rehusa ser circunscrita por etapas y gradaciones, y en el acto de orar, “venga tu reino”, irresistiblemente extiende las alas de su fe y de su esperanza gozosa hacia la consumación final y gloriosa del reino de Dios.

La Tercera Petición: Sea hecha tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra—Que así como su voluntad es hecha en el cielo, con tanta alegría, tan constante y tan perfectamente, así también sea hecha en la tierra. Pero alguno preguntará: ¿Ocurrirá esto alguna vez? Contestamos: Si los “nuevos cielos” y la “nueva tierra” han de ser solamente nuestro actual sistema material purificado por el fuego y transfigurado, claro que sí. Pero nos inclinamos a pensar que la aspiración en esta hermosa súplica no tiene referencia directa a un cumplimiento orgánico semejante, y no es más que el anhelo espontáneo e irresistible del alma renovada, puesto en palabras, de ver toda la tierra habitada en plena conformidad con la voluntad de Dios. No es necesario saber si eso sucederá alguna vez, o si puede suceder, para que se pueda ofrecer esta oración. Ella debe dar salida a sus santos deseos, y esto no es más que la atrevida y simple expresión de ellos. El Antiguo Testamento no carece de oraciones que se asemejan a ésta (Salmo 7:9; Salmo 7:67; Salmo 72:19, etc.).

La Cuarta Petición:

11. Danos hoy nuestro pan cotidiano—La palabra compuesta que aquí se traduce “cotidiano”, no aparece en ningún otro lugar, ya sea en el griego clásico o sagrado; de modo que tiene que ser interpretada por la analogía de sus partes componentes. Pero en este punto los criticos están divididos. A los que dicen que significa, “Danos hoy el pan de mañana”, como si el sentido de esta manera concordara con el de Lucas (Salmo 11:3), “de cada día”, o “día por día” (según Bengel, Meyer, etc.), se les puede contestar que el sentido que de esta manera se sugiere es apenas inteligible; que la expresión “el pan de mañana” no es lo mismo que “el pan de cada día”, y que entenderlo así parecería contradecir el v. 34. La gran mayoría de los mejores críticos (que miran esta palabra como compuesta de ousía, que significa “substancia”, o “existencia”) por ella entienden “el sostén de la vida”, el pan de subsistencia; y entonces el sentido será: “Danos hoy el pan que las necesidades de hoy requieran”. En tal caso, la traducción de nuestra versión (según la Vulgata, Lutero y algunos de los mejores críticos modernos), “nuestro pan cotidiano”, es. en ese sentido, bastante correcta. (Véase Proverbios 30:8). Entre los comentadores, desde el principio, se manifestaba una tendencia a entender ésta como una petición por el pan celestial, o alimentación espiritual; y con ellos han estado de acuerdo muchos competentes expositores modernos, aun hasta nuestros tiempos. Pero esto es antinatural, pues priva a los creyentes de uno de sus privilegios más hermosos: el de echar sus necesidades corporales sobre el Padre celestial por medio de una petición sencilla. Sin duda, la mente espiritual se elevará naturalmente, en pensamiento, de “la comida que perece” a aquella “comida que a vida eterna permanece”. Pero que baste concluir que esta petición acerca de nuestras necesidades corporales sugiere irresistiblemente una petición superior; y no nos privemos, mediante una espiritualidad mórbida, de la única petición que aparece en la oración modelo, por aquella provisión corporal que, según lo muestra en lo que sigue de este discurso, nuestro Padre celestial guarda en lo más recóndito de su corazón. Al limitar nuestras súplicas, sin embargo, a la provisión para cada día, ¡qué espíritu de dependencia infantil, exige e inspira nuestro Señor!

La Quinta Petición:

12. Y perdónanos nuestras deudas—He aquí una interpretación del pecado de vital importancia, pues hace que él sea una ofensa contra Dios que demanda una reparación a sus violados derechos a nuestra absoluta sujeción. Como el deudor en manos del acreedor, así es el pecador en las manos de Dios. Este concepto del pecado, en efecto, se había presentado ya en este discurso, en la advertencia de que nos reconciliásemos con nuestro adversario pronto, a fin de que no se pronunciara contra nosotros sentencia, condenándonos a encarcelamientos hasta pagar el último maravedí (cap. 5:25, 26). Esta advertencia aparece repetidas veces en las enseñanzas subsiguientes de nuestro Señor, como en la parábola del Acreedor y sus Dos Deudores (Lucas 7:41, sig.), en la del Deudor Despiadado (cap. 18:23, sig.). Pero al agregarla a este breve modelo de oración, y como la primera de estas tres peticiones que tienen que ver con el pecado, nuestro Señor nos enseña, de la manera más enfática concebible, a considerar como principal y fundamental este concepto del pecado. Dicho concepto nos impele a buscar el perdón, el cual no quita la mancha del pecado de nuestro corazón, ni tampoco nos quita el justo temor de la ira de Dios ni las indignas sospechas de su amor (lo cual es todo lo que, según dicen algunos, nos preocupa), sino que aparta de la mente de Dios mismo, su desagrado contra nosotros por causa del pecado, o, para retener la comparación, borra o cancela de su “libro de memorias” todo registro contra nosotros por el pecado. como también nosotros perdonamos a nuestros deudores—Aquí hallamos el mismo concepto tocante al pecado; solamente que ahora es transferido a la región de las ofensas hechas y recibidas entre hombre y hombre. Después de lo dicho en cap. 5:7, no se pensará que el Señor enseñe aquí que nuestro ejercicio del perdón para con nuestro prójimo absolutamente preceda y sea la base propia del perdón de Dios para nosotros. Su enseñanza, como la de todas las Escrituras, es del todo contrario a esto. Pero así como nadie razonablemente puede imaginarse ser el objeto del perdón divino, si deliberada y habitualmente no tiene espíritu perdonador para con sus semejantes, así es una hermosa provisión el hacer que el derecho nuestro de pedir y esperar diariamente el perdón de nuestras faltas, y nuestra absolución final al entrar al reino en el gran día, sean dependientes de nuestra disposición para perdonar a nuestros semejantes, y nuestra prontitud para protestar ante el Escudriñador de corazones de que en realidad los hemos perdonado (Véase Marco 11:25). Dios ve su propia imagen reflejada en sus hijos perdonadores; así que, pedir a Dios lo que nosotros no concedemos a los hombres, sería lo mismo que insultarle. Tanto énfasis hace nuestro Señor en esto, que inmediatamente al terminar esta oración, es éste el único punto de la oración al cual vuelve (v. 14, 15), con el fin de asegurarnos de que la actitud de Dios hacia nosotros en este asunto del perdón, será exactamente como haya sido la nuestra.

La Sexta Petición:

13. Y no nos metas en tentación—Quien sinceramente busca el perdón de sus pecados pasados, y tiene la seguridad del perdón, se esforzará por evitar el cometerlos en el futuro. Pero conscientes de que, “queriendo yo hacer el bien,… el mal está en mí”, se nos enseña a hacer esta sexta petición, que viene naturalmente al final de la anterior y, en efecto, fluye de ella instintivamente en el corazón de todo creyente sincero. Hay alguna dificultad al interpretar esta petición, ya que es cierto que Dios conduce a su pueblo, como en el caso de Abrahán y de Cristo mismo, a circunstancias diseñadas para tentarlos, o para probar la firmeza de su fe. Algunos comentaristas consideran esta petición como sencillamente una expresión humilde de nuestra desconfianza en nosotros mismos, y como nuestro temor instintivo ante el peligro; pero esta opinión nos parece demasiado débil. Otros la entienden como una oración para no ceder a la tentación y, por lo tanto, equivalente a un pedido de apoyo y libramiento cuando somos tentados; pero esto parece ir más allá del fin indicado. Nosotros nos inclinamos a entenderla como una oración para no ser inducidos o arrastrados, por nuestra voluntad propia, a la tentación, a lo cual la palabra aquí empleada parece dar algún apoyo: “no nos metas”. Esta interpretación mientras que no pone en nuestra boca una oración para no ser tentados, lo cual es algo que el proceder divino no garantiza, tampoco cambia el sentido de la petición a una súplica por apoyo al estar bajo la tentación, lo que estas palabras difícilmente significarían; pero nos da un objeto definido para la oración, en cuanto a la tentación, que entre todos los ruegos es el más necesario. Fué precisamente esto lo que necesitaba y dejó de pedir Pedro, cuando de su propia iniciativa v a pesar de las dificultades se metió en el palacio del sumo sacerdote, y donde, una vez absorbido en el escenario y ambiente de la tentación, cayó tan miserablemente. Si es así, ¿no parece bien claro que fué exactamente esto por lo cual el Señor quería que sus discípulos orasen, cuando en el huerto les dijo: “Velad y orad, para que no entréis en tentación”? (cap. 26:41).

La Séptima Petición: mas líbranos del mal—No vemos motivo justo para considerar ésta como la segunda mitad de la sexta petición. Con mucha más razón podrían considerarse la segunda y la tercera peticiones como una sola. La conjunción “mas” que une las peticiones sexta y séptima, es motivo insuficiente para considerarlas como una sola, aunque sí es suficiente para mostrar que el un pensamiento sigue naturalmente al otro. Como la frase “del mal” también puede traducirse “del malo”, un buen número de críticos competentes creen que se hace referencia al diablo, especialmente porque sigue inmediatamente después de mencionar la “tentación”. Pero el carácter amplio de estas peticiones breves, y el lugar donde aparece ésta, como si en ella todos nuestros deseos se extinguen, nos parece contrario a una interpretación tan limitada. Asimismo, no puede haber alguna duda razonable de que el apóstol Pablo, en algunas de las últimas frases que escribió antes de ser sacado de la cárcel para sufrir por su Señor, se refiere a esta misma petición al usar un lenguaje de tranquila seguridad: “Y el Señor me librará de toda obra mala (compárese el griego de los dos pasajes), y me preservará para su reino celestial” (2 Timoteo 4:18). Esta petición final, pues, se entiende correctamente sólo cuando es considerada como una oración por el libramiento de todo mal, de cualquier clase que sea, no sólo del pecado, sino de todos los efectos de él, plena y finalmente. Con esta petición nuestras oraciones terminan propiamente, pues ¿qué podemos desear que no incluya esta petición? porque tuyo es el reino, y el poder, y la gloria, por todos los siglos. Amén—Si se pudiera confiar en la evidencia externa, creemos que esta doxología difícilmente puede considerarse como parte del texto original. Falta en todos los manuscritos más antiguos; falta en la versión Vieja Latina y en la Vulgata: la primera que se remonta hasta mediados del segundo siglo, y la segunda que es una revisión de aquélla hecha por Jerónimo en el siglo cuarto, quien era un crítico muy reverencial y conservador como también competente e imparcial. Debido a esto, es de esperarse que esta doxología fuese pasada por alto por los comentadores latinos más antiguos; pero aun los comentadores griegos, cuando comentaban esta oración, hacían caso omiso de esta doxología. Por otra parte esta doxología se halla en la mayoría de los manuscritos, aunque no en los más antiguos; se encuentra en todas las versiones siríacas, aun en la Péshita (que se remonta tal vez hasta el siglo segundo, aunque en esta versión falta el “amén”, del cual la doxología, en caso de ser genuina, difícilmente habría carecido; se halla en la versión Sahídica, o Tebaica, hecha por los cristianos del Egipto Superior, posiblemente tan temprano como la versión Vieja Latina; y se halla en la mayoría de las versiones posteriores. Pesando todas las evidencias a favor y en contra, nos parece que es más probable que la doxología no formara parte del texto original.

14. Porque si perdonareis a los hombres, etc. 15. Mas si no perdonareis, etc.—Véase Nota, v. 12.

El Ayuno (v. 16-18). Habiendo terminado sus indicaciones suplementarias sobre el tema de la Oración con este Modelo Divino, nuestro Señor ahora vuelve al tema de la ostentación al efectuar nuestras obras de justicia, para dar una ilustración más de ella con respecto a los ayunos.

16. Y cuando ayunáis—refiriéndose probablemente al ayuno privado y voluntario, el cual había de ser regulado por cada persona para sí misma, aunque en espíritu las indicaciones del Señor serían aplicables a todo ayuno. no seáis como los hipócritas, austeros; porque ellos demudan sus rostros—literalmente, “hacen invisibles”; bien traducido también “desfigurados”, o “afeados”. Solían andar desalinados y con cenizas en la cabeza. para parecer a los hombres que ayunan—No era el hecho, sino el crédito por el hecho, lo que ellos buscaban, y con este propósito aquellos hipócritas multiplicaban sus ayunos. Y ¿están libres de corrupción los ayunos agotadores de la Iglesia de Roma y de los protestantes romanizantes? de cierto os digo, que ya tienen su pago. 17. Mas tú, caundo ayunas, unge tu cabeza y lava tu rostro—como solían hacer los judíos, excepto cuando estaban de luto (Daniel 10:3); de modo que el sentido es: “Preséntate como de costumbre”, para no atraer la atención.

18. Para no parecer a los hombres que ayunas, sino a tu Padre que está en secreto; y tu Padre que ve en secreto, te recompensará en público—La expresión “en público” parece evidentemente una añadidura posterior al texto de este versículo, tomada de los vv. 4, 7, aunque sí se da a entender esta idea.

19-34. ILUSTRACIONES FINALES DE LA JUSTICIA DEL REINO—LA PROPENSION CELESTIAL Y LA CONFIANZA FILIAL.

19. No os hagáis—no amontonéis con un espiritu de mezquindad. tesoros en la tierra, donde la polilla—insecto que come la ropa. Los tesoros orientales, que consistían en parte en ropas costosas guardadas (Job 27:16), corrían el peligro de ser consumidas por la, polilla (Job 13:28; Isaías 50:9; Isaías 51:8). En Santiago 5:2 hay una evidente referencia a estas palabras del Señor. y el orín—cualquier proceso de carcomer o consumir. corrompe—“hace desaparecer”. Por esta referencia a la polilla y al orín el Señor quería enseñar lo perecedero de tales tesoros terrenales. y donde ladrones minan y hurtan—¡Cuán precarios son estos tesoros!

20. Mas haceos tesoros en el cielo—El lenguaje en Lucas 12:33 es muy atrevido: “Vended lo que poseéis, y dad limosna; haceos bolsas que no se envejecen, tesoro en los cielos que nunca falta”, etc. donde ni polilla ni orín corrompe, y donde ladrones no minan ni hurtan—¡Tesoros estos imperecederos e inexpugnables (compárese Colosenses 3:2).

21. Porque donde estuviere vuestro tesoro—lo que más apreciáis—allí estará vuestro corazón—“Tu tesoro”, “tu corazón” es probablemente la lección correcta aquí. La palabra “vuestro” parece haber sido traída de Lucas 12:34. Aunque es obvia la verdad de esta máxima, es prácticamente desatendida por las multitudes que profesan acatar las enseñanzas de Cristo. “Lo que el hombre ama,” dice Lutero, “aquello es su Dios, porque lo lleva en su corazón, anda con ello día y noche, duerme con ello y despierta con ello; sea lo que fuere: riqueza o dinero, placer o renombre”. Pero el “atesorar” en sí no es pecaminoso, más bien en algunos casos es recomendado (2 Corintios 12:14), y como la industria legítima y el espíritu emprendedor son recompensados por la prosperidad, muchos se halagan creyendo que todo está bien entre ellos y Dios, mientras dedican su atención más cuidadosa, sus ansias, su celo y su tiempo a estas ocupaciones. Para poner en claro esto, el Señor agrega lo que sigue, en lo cual hay una profunda sabiduría práctica.

22. La lámpara del cuerpo es el ojo: así que, si tu ojo fuere sincero—“simple”, “claro”. Con referencia al ojo externo, esto quiere decir sanidad; especialmente, que no mira en dos direcciones. Aquí, como en el griego clásico, se usa figuradamente para indicar la sencillez del ojo interior, que tiene un solo objetivo, al cual mira directamente, como contrario al hecho de tener dos fines en vista. (Véase Proverbios 4:25). todo tu cuerpo será luminoso—“iluminado”, o “alumbrado”. Así como con la vista material, el hombre que mira con ojos buenos y sanos, camina en la luz, viendo claramente todo objeto, así un propósito simple y persistente de servir y agradar a Dios en todo, hará que todo el carácter sea consistente y luminoso.

23. Mas si tu ojo fuere malo—“enfermo”—todo tu cuerpo será tenebroso—“obscurecido”. Así como el ojo enfermo, o un ojo que no mira derecho a su objeto, no ve nada tal como es, así una mente y un corazón divididos entre el cielo y la tierra, están entenebrecidos. Así que, si la lumbre que en ti hay son tinieblas, ¿cuántas serán las mismas tinieblas?—La conciencia es la facultad reguladora en el hombre, y el propósito íntimo que hay en él, el alcance y meta de su vida, son los que determinan su carácter; y si éstos no son simples y dirigidos hacia el cielo, sino torcidos y dobles, ¿qué han de ser las demás facultades y principios de nuestra naturaleza, los cuales toman su dirección y carácter de aquéllos? ¿Y qué ha de ser el hombre todo y la vida toda sino una masa de obscuridad? En Lucas 11:36, encontramos esta misma enseñanza presentada de manera opuesta y las percepciones más puras, hermosas y amplias impartidas por la claridad del ojo interior: “Así que, siendo todo tu cuerpo resplandeciente, no teniendo ninguna parte de tinieblas, será todo luminoso, como cuando una antorcha de resplandor te alumbra.” Ahora, he aquí la aplicación de esto.

24. Ninguno puede servir—La palabra quiere decir, “pertenecer enteramente a alguien y estar completamente bajo sus órdenes”—a dos señores; porque o aborrecerá al uno y amará al otro, o se llegará al uno y menospreciará al otro—Aunque los dos señores sean de un mismo carácter y tengan un solo propósito, el siervo tendrá que recibir órdenes o del uno o del otro; aunque él haga lo que es agradable a ambos, no podrá, por la misma naturaleza de la situación, ser siervo para más de uno. Mucho menos si, como en el caso presente, los intereses de ellos son bien distintos, y aun opuestos. En tal caso, si nuestros afectos están en el servicio del uno—“si amamos al uno”—necesariamente tendremos que “aborrecer al otro”; si decidimos resueltamente “llegarnos al uno”, al mismo tiempo tendremos que desatender al otro; y si él insiste en sus derechos sobre nosotros, aun tendremos que “menospreciar al otro”. no podéis servir a Dios y a Mammón—La palabra “mamón”—mejor escrita con una sola “m”—es palabra extranjera, cuya derivación exacta no podemos fijar, aunque la definición más probable le da el sentido de “aquello en lo cual confiamos”. Aquí no puede haber duda de que este término se usa en lugar de “riquezas”, consideradas como un ídolo, o un dios del corazón. El servicio de este dios juntamente con el del Dios verdadero, es aquí, con cierta brusquedad, pronunciado imposible. Pero como la enseñanza de los versículos anteriores podría parecer hacer peligrar la vida presente y, por tanto, quedaríamos desamparados, nuestro Señor ahora pasa a hablar sobre este punto.

25. Por tanto os digo: No os congojéis—“No seáis solícitos”. Aquí se condena aquella ansiedad, aquella preocupación que nace de la incredulidad y la desconfianza. (Véase Filipenses 4:6). por vuestra vida, qué habéis de comer, o qué habéis de beber; ni por vuestro cuerpo, qué habéis de vestir—En Lucas 12:29 el Señor añade: “Ni estéis en ansiosa perplejidad”. El apóstol Pablo nos asegura que cuando estamos “por nada afanosos”, mas lo encomendamos todo “en oración y ruego, con hacimiento de gracias” a Dios, “la paz de Dios, que sobrepuja todo entendimiento, guardará nuestros corazones y nuestros entendimientos en Cristo Jesús” (Filipenses 4:6); es decir, librará tanto nuestros sentimientos como nuestros pensamientos de agitaciones indebidas, y los guardará en santa calma. Mas cuando encomendamos nuestra condición temporal a nuestro propio criterio, nos metemos en aquel estado inestable contra el cual nuestro Señor exhorta a sus discípulos. ¿no es la vida más que el alimento, y el cuerpo que el vestido?—Si Dios, por tanto, da y cuida lo que es de mayor importancia: la vida y el cuerpo, ¿detendrá lo que es de menor importancia, como lo son el alimento y el vestido que sirven para sostener la vida y proteger el cuerpo?

26. Mirad las aves del cielo—en el v. 28, dice: “reparad”, observad bien; y en Lucas 12:24 : “considerad”, como para aprender de ellas la sabiduría. que no siembran, ni siegan, ni allegan en alfolíes; y vuestro Padre celestial las alimenta. ¿No sois vosotros mucho mejores que ellas?—más nobles en vosotros mismos y más queridos delante de Dios. El argumento aquí es de lo menor a lo mayor; pero ¡qué rico en detalle! Las aves, como criaturas irracionales desprovistas de la facultad de raciocinar, son incapaces de sembrar, cosechar y almacenar; sin embargo, vuestro Padre celestial no permite que perezcan, mas las sostiene sin que ellas tengan que seguir estos procedimientos. ¿Permitira, pues, Dios que sus mismos hijos, quienes procuran todas las cosas necesarias para su sustento, confiando en él a cada paso, perezcan de hambre?

27. Mas ¿quién de vosotros podrá, congojándose—con ansiosa preocupación—añadir a su estatura un codo?—“Estatura” difícilmente sería la traducción indicada aquí. Primero, porque el tema es la prolongación de la vida, mediante la provisión de los alimentos y ropas necesarios; segundo, porque nadie soñaría con añadir un codo, como cuarenta centímetros, a su estatura, mientras que en Lucas (Lucas 12:25) lo que aquí se indica está representado con las palabras “lo que es menos”. Pero si tomamos la palabra en su sentido primario de “edad” (porque “estatura” es sólo un sentido secundario), la idea será ésta: “¿Cuál de vosotros, aunque ansiosamente os congojéis por ello, podrá agregar tanto como un paso a lo largo del camino de la vida?” Comparar lo largo de la vida con medidas de esta clase no es ajeno al lenguaje de las Escrituras (compárese Salmo 39:5; 2 Timoteo 4:7, sig.). Si se entiende así este versículo, el sentido es claro y el enlace natural. En esto están de acuerdo los mejores críticos.

28. Y por el vestido, ¿por qué os congojáis? Reparad—observad bien—los lirios del cámpo, cómo crecen; no trabajan—como los hombres, sembrando y preparando el lino. ni hilan—como las mujeres.

29. Mas os digo, que ni aun Salomón con toda su gloria fué vestido así como uno de ellos—¡Qué enseñanza más incomparable! Mejor es que lo dejemos sin comentario, en su claridad trasparente y rica sencillez.

30. Y si la hierba del campo que hoy es, y mañana es echada en el horno, Dios la viste así—aquí se hace referencia a las flores silvestres que son cortadas con el pasto, el cual habiendo sido secado por el calor sirve como combustible. (Véase Santiago 1:11). ¿no hará mucho más a vosotros, hombres de poca fe?—El argumento aquí es hermosísimo. “Aunque es muy esplendoroso el despliegue de las flores que cubren los campos, el cual es superior a toda la grandeza artificial de los hombres, éste dura sólo por un momento; sois encantados por él hoy, y mañana se va; vuestras mismas manos lo han echado al horno. ¿Podrán entonces los hijos de Dios quedar desnudos, si Dios los ama tanto y los ha investido de una vida que no perece? El no dice: “¿No serán ellos vestidos con ropajes más hermosos?” sino “¿No los vestirá más a ellos?” siendo sólo esto lo que él desea que tengan ellos asegurando (compárese Hebreos 13:5). La expresión “hombres de poca fe”, que nuestro Señor usa repetidas veces al dirigirse a sus discípulos (cap. 8:26; 14:31; 16:8), difícilmente se considerará como una reprensión por causa de alguna manifestación de incredulidad de parte de ellos, en aquella fecha tan temprana, y delante de semejante concurrencia. és sólo su manera de reprender suavemente el espíritu de incredulidad, tan natural, aun en los mejores de los hombres, quienes están rodeados por un mundo materíalista, y así despertar en ellos un deseo sano de deshacerse de este espíritu.

31. No os congojéis pues, diciendo: ¿Qué comeremos, o qué beberemos, o con qué nos cubriremos? 32. Porque los Gentiles buscan todas estas cosas—más bien, “persiguen”. Como los gentiles no conocen nada de concreto más allá de la vida presente que despierte sus aspiraciones ni ocupe su suprema atención, ellos naturalmente persiguen los objetos presentes como su principal y único bien. ¡A qué altura por encima de ellos eleva Jesús aquí a sus discípulos! que vuestro Padre celestial sabe que de todas estas cosas habéis menester—¡Qué preciosa es esta expresión! El alimento y la ropa son reconocidos como necesarios a los hijos de Dios; y el que pudo decir: “Nadie conoció al Hijo, sino el Padre; ni al Padre conoció alguno, sino el Hijo, y aquél a quien el Hijo lo quisiere revelar” (cap. 11:27), también dice con una autoridad que nadie más que él podría pretender: “Vuestro Padre celestial sabe que de todas estas cosas habéis menester”. ¿No os bastará esto, vosotros los necesitados de la familia de la fe?

33. Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas—Este es el gran resumen del discurso. En un sentido estricto, estas palabras tienen que ver solamente con el tema de la presente sección, o sea el estado correcto del corazón respecto a las cosas celestiales y terrenales; pero como se presentan en la forma de una breve exhortación. son tan comprensivas en su alcance como para abarcar todo el tema de este discurso. Y, como para hacer más evidente esto, las dos notas claves de este gran sermón: “el reino” y “la justicia” del reino, parecen ser incluídas a propósito, como los dos grandes objetos en cuya búsqueda suprema todas las cosas necesarias para esta vida nos serán añadidas. El sentido exacto de cada palabra en este versículo áureo debe ser pesado con cuidado. “El reino de Dios” es el tema primario del Sermón del Monte; aquel reino que el Dios del cielo está levantando en este mundo caído, en el cual se encuentra toda aquella porción de la familia de Adán que ha sido espiritualmente recuperada, los cuales son súbditos del Mesías quien es su Cabeza y Rey. “Su justicia”, tan ampliamente descrita e ilustrada de varias maneras en las porciones anteriores de este discurso, se refiere al carácter de los súbditos del reino. La “búsqueda” de estas cosas significa el acto de hacer de ellas el objeto de su suprema elección y afán; y el buscarlas “primeramente” es buscarlas antes y por encima de todo lo demás. “Todas estas cosas” que nos serán añadidas si buscamos el reino de Dios y su justicia, son justamente “todas estas cosas” que las últimas palabras del versículo anterior nos aseguraron de que “nuestro Padre celestial sabe que habemos menester”; es decir, todo lo que necesitamos para la vida presente. Y cuando nuestro Señor dice que serán “añadidas”, se da a entender, como cosa natural, que los buscadores del reino y su justicia tendrán estas cosas como su porción lícita y primaria: siendo lo demás su recompensa gratuita por no haberlas buscado. (Véase ilustración de esto en 2 Crónicas 1:11). Lo que sigue no es sino una reducción de esta enseñanza general en una forma práctica y lista para el uso diario.

34. Así que, no os congojéis por el día de mañana: que el día de mañana traerá su fatiga—(o, según algunas autoridades textuales, “traerá para sí”)—tendrá sus motivos propios de ansiedad. basta al día su afán—¡Una máxima admirable y práctica! Cada día trae sus propios cuidados; y el anticiparlos es sólo duplicarlos.

Continúa después de la publicidad