Mateo 5:1-48

1 Cuando vio la multitud, subió al monte y, al sentarse él, se le acercaron sus discípulos.

2 Y abriendo su boca, les enseñaba diciendo:

3 “Bienaventurados los pobres en espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos.

4 “Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados.

5 “Bienaventurados los mansos, porque ellos recibirán la tierra por heredad.

6 “Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados.

7 “Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos recibirán misericordia.

8 “Bienaventurados los de limpio corazón, porque ellos verán a Dios.

9 “Bienaventurados los que hacen la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios.

10 “Bienaventurados los que son perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos.

11 “Bienaventurados son cuando los vituperen y los persigan, y digan toda clase de mal contra ustedes por mi causa, mintiendo.

12 Gócense y alégrense, porque su recompensa es grande en los cielos; pues así persiguieron a los profetas que fueron antes de ustedes.

13 “Ustedes son la sal de la tierra. Pero si la sal pierde su sabor, ¿con qué será salada? No vale más para nada, sino para ser echada fuera y pisoteada por los hombres.

14 “Ustedes son la luz del mundo. Una ciudad asentada sobre un monte no puede ser escondida.

15 Tampoco se enciende una lámpara para ponerla debajo de un cajón, sino sobre el candelero; y así alumbra a todos los que están en la casa.

16 Así alumbre la luz de ustedes delante de los hombres, de modo que vean sus buenas obras y glorifiquen a su Padre que está en los cielos.

17 “No piensen que he venido para abrogar la Ley o los Profetas. No he venido para abrogar, sino para cumplir.

18 De cierto les digo que hasta que pasen el cielo y la tierra ni siquiera una jota ni una tilde pasará de la ley hasta que todo haya sido cumplido.

19 “Por lo tanto, cualquiera que quebrante el más pequeño de estos mandamientos y así enseñe a los hombres, será considerado el más pequeño en el reino de los cielos. Pero cualquiera que los cumpla y los enseñe, este será considerado grande en el reino de los cielos.

20 Porque les digo que a menos que su justicia sea mayor que la de los escribas y de los fariseos, jamás entrarán en el reino de los cielos.

21 “Ustedes han oído que fue dicho a los antiguos: No cometerás homicidio; y cualquiera que comete homicidio será culpable en el juicio.

22 Pero yo les digo que todo el que se enoje con su hermano será culpable en el juicio. Cualquiera que le llame a su hermano ‘necio’ será culpable ante el Sanedrín; y cualquiera que le llame ‘fatuo’ será expuesto al infierno de fuego.

23 “Por tanto, si has traído tu ofrenda al altar y allí te acuerdas de que tu hermano tiene algo contra ti,

24 deja tu ofrenda allí delante del altar, y ve, reconcíliate primero con tu hermano, y entonces vuelve y ofrece tu ofrenda.

25 “Reconcíliate pronto con tu adversario mientras estás con él en el camino; no sea que el adversario te entregue al juez, y el juez al guardia, y seas echado en la cárcel.

26 De cierto te digo que jamás saldrás de allí hasta que pagues el último centavo.

27 “Ustedes han oído que fue dicho: No cometerás adulterio.

28 Pero yo les digo que todo el que mira a una mujer para codiciarla ya adulteró con ella en su corazón.

29 Por tanto, si tu ojo derecho te es ocasión de caer, sácalo y échalo de ti. Porque es mejor para ti que se pierda uno de tus miembros y no que todo tu cuerpo sea echado al infierno.

30 Y si tu mano derecha te es ocasión de caer, córtala y échala de ti. Porque es mejor para ti que se pierda uno de tus miembros y no que todo tu cuerpo sea echado al infierno.

31 “También fue dicho: Cualquiera que despide a su mujer, dele carta de divorcio.

32 Pero yo les digo que todo aquel que se divorcia de su mujer, a no ser por causa de inmoralidad sexual, hace que ella cometa adulterio. Y el que se casa con la mujer divorciada comete adulterio.

33 “Además, ustedes han oído que fue dicho a los antiguos: No jurarás falsamente; sino que cumplirás al Señor tus juramentos.

34 Pero yo les digo: No juren en ninguna manera; ni por el cielo, porque es el trono de Dios;

35 ni por la tierra, porque es el estrado de sus pies; ni por Jerusalén, porque es la ciudad del Gran Rey.

36 No jurarás ni por tu cabeza, porque no puedes hacer que un cabello sea ni blanco ni negro.

37 Pero sea su hablar, ‘sí’, ‘sí’, y ‘no’, ‘ no’. Porque lo que va más allá de esto, procede del mal.

38 “Ustedes han oído que fue dicho a los antiguos: Ojo por ojo y diente por diente.

39 Pero yo les digo: No resistan al malo. Más bien, a cualquiera que te golpea en la mejilla derecha, vuélvele también la otra.

40 Y al que quiera llevarte a juicio y quitarte la túnica, déjale también el manto.

41 A cualquiera que te obligue a llevar carga por un kilómetro, ve con él dos.

42 Al que te pida, dale; y al que quiera tomar de ti prestado, no se lo niegues.

43 “Ustedes han oído que fue dicho: Amarás a tu prójimo y aborrecerás a tu enemigo.

44 Pero yo les digo: Amen a sus enemigos y oren por los que les persiguen;

45 de modo que sean hijos de su Padre que está en los cielos, porque él hace salir su sol sobre malos y buenos, y hace llover sobre justos e injustos.

46 Porque si aman a los que les aman, ¿qué recompensa tendrán? ¿No hacen lo mismo también los publicanos?

47 Y si saludan solamente a sus hermanos, ¿qué hacen de más? ¿No hacen eso mismo los gentiles?

48 Sean, pues, ustedes perfectos, como su Padre que está en los cielos es perfecto.

CAPITULO 5—7

EL SERMON DEL MONTE

En la opinión de muchos críticos competentes (de las comentadores griegos; Calvino, Grocio, Maldonatus, quien es casí el único entre los comentadores romanistas; y la mayoría de los modernos, como Tholuck, Meyer, De Wette, Tischendorf, Stier, Wieseler, Robinson), éste es el mismo discurso que se encuentra en Lucas 6:17, aunque este Evangelista lo detalla menos ampliamente que Mateo y con muchas variaciones. La opinión prevalente de estos críticos es que el discurso que se halla en Lucas es el original, y que Mateo añadió un número de enseñanzas pronunciadas en otras ocasiones por Jesús, con la idea de dar a conocer de una sola ojeada los grandes bosquejos de las enseñanzas éticas del Señor. Pero de que se trata de dos discursos distintos, uno pronunciado al final de su primera gira misionera, y el otro después de otra gira similar cuando eligió solemnemente a los Doce, es la opinión de otros comentadores que han dado mucha atención a tales asuntos (entre ellos muchos comentadores romanistas, inclusive Erasmo; y de los modernos, Lange, Greswell, Birks, Webster y Wilkinson. El punto queda sin decisión por parte de Alford). La opinión de Agustín en el sentido que ambos fueron predicados en la misma ocasión: el de Mateo en una montaña, y a los discípulos; el de Lucas en una llanura, y a la multitud mezclada, es tan burda y artificial que casi no merece atención. A nuestro parecer el argumento favorece a los que opinan que se trata de dos discursos diferentes. Es difícil concebir que Mateo hubiese colocado este discurso antes de su propio llamamiento, ya que aquél fue pronunciado mucho tiempo después, y fué dicho en su propia presencia como uno de los recientemente elegidos doce apóstoles. Añadamos a esto que Mateo introduce su discurso en medio de indicaciones definidas de tiempo, las cuales lo consignan a la primera gira de predicación del Señor; mientras que el de Lucas, que expresamente lo menciona como habiendo sido pronunciado inmediatamente después de la elección de los Doce, no podría haber sido presentado hasta mucho tiempo después de la ocasión señalada por Mateo. También es difícil ver cómo uno de estos discursos pueda ser una expansión o contracción del otro. Y como está fuera de duda que el Señor repetía algunos de sus dichos más significativos en forma distinta, y con diferentes aplicaciones, no nos debe sòrprender que, después de transcurrido más o menos un año (habiendo pasado una noche entera en oración en el monte después de apartar a los Doce, y hallándose rodeado de una multitud de gentes, pocas de las cuales probablemente habían oído el Sermón del Monte, y menos aún lo recordaban), menciónase otra vez los puntos principales, con suficiente semejanza para mostrar su importancia duradera, y al mismo tiempo, con aquella diferencia que muestra su inagotable fertilidad como el gran profeta de la iglesia.

CAPITULO 5

Vers. 1-16. LAS BIENAVENTURANZAS, Y SU APLICACION AL MUNDO.

1. Y viendo las gentes—las que se mencionan en el cap. 4:25—subió al monte—uno de los doce montes que según Robinson hay en las cercanías del mar de Galilea, y cualquiera de los cuales podría haber servido para la ocasión. Tan atractivo es el panorama que la descripción del mismo de los días de Josefo (Guerras Judías, 3:10, 8) en adelante, podría considerarse como un poco exagerada.—sentándose—se había sentado, o se sentó—se llegaron a él sus discípulos—que ya constituían un círculo numeroso, más o menos atraídos y dominados por su predicación y sus milagros, además del grupo más pequeño de sus más devotos adherentes. Aunque estos últimos eran los que había descrito en su discurso como súbditos de su reino, de cuando en cuando eran atraídas a este círculo íntimo algunas almas que procedían del círculo exterior, quienes por el poder de su palabra sin igual, eran constreñidas a hacer abandono de todo para seguir a Jesús.

2. Y abriendo su boca—una manera solemne para llamar la atención del lector, a fin de prepararlo para algo muy importante (Job 9:1; Hechos 8:35; Hechos 10:34)—les enseñaba, diciendo: 3. Bienaventurados—De las dos palabras que nuestros traductores interpretan como “bienaventurados”, la que aquí se emplea se refiere más a lo interno, y por eso podría traducirse “feliz”, en un sentido más elevado; mientras que la otra denota más bien lo que nos viene de afuera (como en Mateo 25:34). No obstante, la distinción no se puede siempre establecer claramente. Hay una palabra hebrea que expresa las dos ideas. En cuanto a estas preciosas bienaventuranzas, obsérvese que, aunque son ocho en número, sólo se señalan siete distintos aspectos del carácter. La octava, que se refiere a los “perseguidos por causa de la justicia”, denota meramente a los poseedores de las siete anteriores, por cuya razón son perseguidos (2 Timoteo 3:12). Por lo tanto, en vez de una promesa distinta a esta clase, no tenemos sino una repetición de la primera promesa. Este punto ha sido notado por varios críticos, quienes, basados en el carácter séptuplo ya descrito, han observado bien que el propósito era el de señalar un carácter completo, y que por la séptupla bienaventuranza acompañante, se quiere significar una perfecta bienaventuranza. Observemos, además, que el lenguaje en que estas bienaventuranzas están presentadas, ha sido tomado intencionalmente del Antiguo Testamento para mostrar que el nuevo reino no es más que el antiguo en forma nueva; mientras que los caracteres que se describen no son más que las formas variadas de esa espiritualidad, que era la esencia de la verdadera religión en todo tiempo, la cual casi había desaparecido bajo la influencia de una enseñanza corrompida. Además, las cosas que aquí se prometen, lejos de ser recompensas arbitrarias, como veremos en cada caso, proceden del carácter al cual se aplican, y en su forma completa no son sino una apta coronación de ellos. Además, así como el “reino de los cielos”, que es la primera y la última de las cosas prometídas aquí, tiene dos etapas—una en el presente y otra en el futuro, una etapa inicial, y otra que será consumada—de igual modo, el cumplimiento de cada una de estas promesas tienen dos etapas: una en el presente y otra en el futuro, una incompleta y otra perfecta.

3. los pobres en espíritu—Todos los que están familiarizados con la fraseología del Antiguo Testamento, conocen cuán frecuentemente el pueblo verdadero de Dios se designa como “los pobres”, o sean los oprimidos, los afligidos, los miserables y “los necesitados”, o con los dos términos juntos (como en el Salmo 40:17; Isaías 41:17). La explicación de esto la hallamos en el hecho de que generalmente son “los pobres de este mundo” los que son “ricos en fe” (Santiago 2:5; compárese 2 Corintios 6:10 y Apocalipsis 2:9); mientras que a menudo “los impíos” son los que “prosperan en el mundo” (Salmo 73:12). Por lo tanto, ésta parece ser la clase que se menciona en Lucas (Salmo 6:20), literalmente los “pobres” y “hambrientos”, y a ellos el Señor se dirige especialmente. Pero ya que el pueblo de Dios en tantos lugares se menciona como “los pobres” y “los necesitados”, sin que existan evidencias referentes a su situación económica (como en el Salmo 68:10; Salmo 69:29; Salmo 132:15; Isaías 61:1; Isaías 66:2), claramente se ve que es un estado mental lo que estos términos designan. Por lo tanto, nuestros traductores traducen tales palabras como “sumisos” (Salmo 10:12, Salmo 10:17), “mansos” (Salmo 22:26), “humildes” (Proverbios 3:34), sin hacer referencias a circunstancias exteriores. Pero aquí las palabras explicativas “en espíritu”, aplican el sentido a los que en su más íntima conciencia se dan cuenta de su completa necesidad (compárese el griego de Lucas 10:21; Juan 11:33; Juan 13:21; Hechos 20:22; Romanos 12:11; 1 Corintios 5:3; Filipenses 3). Este modesto sentimiento, de que “ante Dios estamos carentes de todo”, se halla en la base de toda excelencia espiritual, de acuerdo con las enseñanzas de las Escrituras. Sin esta convicción no tenemos acceso a las riquezas de Cristo; y con ella estamos en condiciones de recibir toda provisión. espiritual (Apocalipsis 3:17; Mateo 9:12). porque de ellos es el reino de los cielos—Véase Nota, cap. 3:2. Los pobres en espíritu no sólo tendrán, sino que ya tienen el reino. El verdadero sentido de su pobreza es el comienzo de sus riquezas. Mientras que otros andan en vanidad,—en una sombra, como una imagen, en un mundo irreal—con un concepto equivocado de sí mismos y de todo lo que los rodea, los pobres en espíritu son ricos en el conocimiento de su verdadera situación. Teniendo valor para mirar la situación cara a cara, y poseerla sin malicia, se sienten fuertes en la seguridad de que “resplandeció en las tinieblas luz a los rectos” (Salmo 112:4); y pronto amanece como el día. Dios no espera nada de nosotros como precio de sus dones de salvación; y sólo tenemos que sentir nuestra completa carencia, y entregarnos a su compasión (Job 33:27; 1 Juan 1:9, Joel 1:9). De modo que los pobres en espíritu se enriquecen con la plenitud de Cristo, que es el reino en sustancia; y cuando él les diga desde su gran trono blanco: “Venid, benditos de mi Padre, heredad el reino preparado para vosotros”, los invitará meramente al pleno goce de una herencia que ya poseían.

4. Bienaventurados los que lloran: porque ellos recibirán consolación—Este “llorar” no debe interpretarse como ese sentimiento que se les arranca a los hombres bajo la presión de los males de la vida, como tampoco la tristeza a causa de los pecados cometidos. Evidentemente, se trata de ese sentimiento que produce el sentirnos pobres espiritualmente; y así, la segunda bienaventuranza no es más que el complemento de la primera. Esta trata del aspecto intelectual, mientras que la segunda trata del aspecto emotivo. Es la pobreza de espíritu la que hace exclamar: “Pobre de mí”; y el llorar que esto causa, conduce a la formación del lamento: “Ay de mí, que soy muerto”. Por esa razón esta clase de personas se conoce como los “enlutados de Sión”, o como podríamos expresarlo nosotros: religiosos enlutados, en contraste con las demás clases (Isaías 61:1; Isaías 66:2). La religión, de acuerdo con la Biblia, no es ni un conjunto de convicciones intelectuales, ni un atado de sentimientos emotivos, sino una composición de los dos, ya que lo primero engendra lo segundo. Y de esta manera íntima las dos primeras bienaventuranzas se relacionan entre sí. Los que lloran, serán “consolados”. Aun ahora obtienen belleza en vez de cenizas, gozo en vez de lamentación, y espíritu de alabanza en lugar de espíritu de abatimiento. Habiendo sembrado con lagrimas ahora cosechan con gozo. Sin embargo, todo consuelo presente, aun el mejor, es un consuelo parcial, interrumpido, de poca duración. Pero los días de nuestro lloro terminarán pronto, y entonces Dios limpiará toda lágrima de nuestros ojos. Entonces, en el sentido más pleno, los que lloran, serán “consolados”.

5. Bienaventurados los mansos: porque ellos recibirán la tierra por heredad—Esta promesa a los mansos no es más que la repetición del Salmo 37:11; sólo que la palabra que nuestro evangelista traduce “los mansos”, siguiendo la Versión de los Setenta, es la misma que hemos encontrado tan a menudo traducida “los pobres”, mostrando cuán íntimamente relacionados están estos dos aspectos del carácter. Es verdaderamente imposible, que “los pobres en espíritu” y “los que lloran” en Sión, no sean al mismo tiempo “los mansos”; es decir, las personas de un comportamiento humilde y gentil. Cuán adecuada encontramos, para fortalecer este concepto, la siguiente exhortación: “Amonéstales que se sujeten a los príncipes y potestades, que obedezcan, que estén prontos a toda buena obra. Que a nadie infamen, que no sean pendencieros, sino modestos, mostrando toda mansedumbre para con todos los hombres. Porque también éramos nosotros necios en otro tiempo, rebeldes, extraviados, sirviendo a concupiscencias y deleites … Mas cuando se manifestó la bondad de Dios nuestro Salvador, y su amor para con los hombres … por su misericordia nos salvó” (Tito 3:1). Pero aquel que no tenía razones tan conmovedoras para manifestar su hermoso comportamiento, dijo, sin embargo, de sí mismo: “Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas” (Mateo 11:29); y el apóstol rogó a una de las iglesias “por la mansedumbre y modestia de Cristo” (2 Corintios 10:1). El concepto que de la mansedumbre tiene aquel que mira no como el hombre mira, lo aprendemos de 1 Pedro 3:4, donde el verdadero adorno se dice que es un “espíritu agradable y pacífico, lo cual es de grande estima delante de Dios”. La mansedumbre, en el hombre, es un estado de ánimo contrario al orgullo, y a un espíritu peleador y vengativo; más bien acepta la injuria y consiente en ser defraudado (1 Corintios 6:7); no se venga a sí mismo, antes da lugar a la ira (Romanos 12:19); es como aquel que siendo manso, “cuando le maldecían, no retornaba maldición; cuando padecía, no amenazaba, sino remitía la causa al que juzga justamente” (1 Pedro 2:23). “La tierra” que los mansos han de heredar puede interpretarse como un lugar específico, con una inmediata referencia a Canaán, como la tierra prometida, la plena posesión de la cual era para los santos del Antiguo Testamento la evidencia y manifestación del favor de Dios que descansaba sobre ellos, y el ideal de toda bienaventuranza real y permanente. Aun en el Salmo del cual se toman estas palabras, la promesa a los mansos no se mira como una recompensa arbitraria, sino como teniendo una especie de cumplimiento natural. Cuando se deleitan en el Señor, él les da los deseos de su corazón; cuando le encomiendan su camino, él los prospera, exhibe la justicia de ellos como la luz, y sus derechos como el medio día: lo poco que ellos tienen, aun después de haber sido despojados, es mejor que las riquezas de muchos impíos (Salmo 37). En resumen, todo es de ellos, al poseer ese don que es la vida, v esos derechos que les corresponden como hijos de Dios. ya sea el mundo, o la vida, o la muerte, o lo presente, o lo porvenir; todo es de ellos (1 Corintios 3:21); y, finalmente, al vencer heredan “todas las cosas” (Apocalipsis 21:7). De esta manera los mansos son los únicos legitimos ocupantes de un metro de tierra o de un mendrugo de pan aquí, y herederos de todo en lo futuro.

6. Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia: porque ellos serán hartos—es decir, “serán saturados”. Tholuck dice: “Desde este versículo toda referencia al Antiguo Testamento cesa”. ¡Sorprendente! Por el contrario, ninguna de estas bienaventuranzas tiene señales más manifiestas de haber sido sacada de la rica mina del Antiguo Testamento. En verdad, ¿cómo podría uno que halla en el Antiguo Testamento “los pobres en espíritu” y “los enlutados en Sión”, dudar de que hallaría también esos mismos caracteres anhelando la justicia que sienten y lamentan no poseer? Pero ¿cuál es el significado preciso de la palabra “justicia” aquí? Los comentadores luteranos, y algunos de los nuestros, parecen tener una inclinación hacia la idea del sentido más restringido del término que es usado con referencia a la justificación de los pecadores ante Dios. (Véase Jeremias 23:6; Isaías 45:24; Romanos 4:6; 2 Corintios 5:21). Pero, en un dicho de tanto alcance como éste, claramente debe ser tomado, como en el caso del versículo 10, en un sentido más amplio, significando esa conformidad espiritual y completa a la ley de Dios que los santos lamentan no poseer, y cuya posesión constituye la única y verdadera santidad. El Antiguo Testamento se ocupa mucho de esta justicia, como la única que Dios mira con aprobación (Salmo 11:7; Salmo 23:3; Salmo 106:3; Proverbios 12:28; Proverbios 16:31; Isaías 64:5, etc.). Siendo el hambre y la sed los más agudos apetitos que tenemos, el Señor, empleando esta figura, describe a aquellos cuyos más profundos anhelos son las bendiciones espirituales. Y en el Antiguo Testamento hallamos este anhelo expresado de diversas maneras: “Oídme, los que seguís justicia, los que buscáis a Jehová” (Isaías 51:1); “Tu salud esperé, oh Jehová”, exclamó el moribundo Jacob (Génesis 49:18); “Quebrantada está mi alma de desear tus juicios en todo tiempo” (Salmo 119:20), dice el dulce salmista, y en expresiones similares en ese Salmo y en otros manifiesta sus ansias más profundas. El Señor usa este bendito estado de ánimo, representándolo como una prenda segura para obtener los bienes deseados, ya que es la mejor preparación y el mismo principio de los bienes. “Serán saturados”, no solamente poseerán lo que valoran tan altamente y tanto desean poseer, sino que serán hartos. Sin embargo, eso no ocurrirá en esta vida. Aun en el Antiguo Testamento este punto se entendía muy bien. El salmista, en un lenguaje que sin duda abarca más allá de la escena presente, dice: “Libra mi alma … de los hombres del mundo, cuya parte es en esta vida. Yo en justicia veré tu rostro; seré saciado cuando despertare a tu semejanza” (Salmo 17:13). Las anteriores bienaventuranzas, o sea las primeras cuatro, representan a los santos como conscientes de la necesidad de su salvación, y obrando de acuerdo con tal carácter, más bien que como poseedores de ella. Las siguientes tres son de una clase distinta, pues representan a los santos como habiendo hallado ya la salvación, y conduciéndose según el cambio operado en ellos.

7. Bienaventurados los misericordiosos: porque ellos alcanzarán misericordia—Es hermosa la conexión entre esta bienaventuranza y las anteriores. La una tiene una tendencia natural de engendrar a la otra. En cuanto a las palabras, parecen ser tomadas directamente del Salmo 18:25 : “Con el misericordioso te mostrarás misericordioso”. Eso no quiere decir que nuestra misericordia absolutamente tenga que venir primero. Por el contrario, el Señor mismo expresamente nos enseña que el método usado por Dios consiste en despertar en nosotros compasión hacia nuestros semejantes, haciéndonos sentir su compasión hacia nosotros de una manera y medidas extraordinarias. En la parábola del siervo malvado, a quien su señor perdonó diez mil talentos, era natural que se esperase que él practicara una pequeña parte de la misma compasión de la cual él había sido objeto, y perdonara a su compañero una deuda de cien denarios. Y sólo cuando en vez de hacerlo lo puso en prisión sin misericordia, hasta que lo pagase todo, fué despertada la indignación de su señor, y el que había sido designado para vaso de misericordia, es tratado como vaso de ira (Cap. 18:23-35; véase cap. 5:23, 24; 6:15; Santiago 2:13). Dice Trench con justicia: “Según el punto de vista de la Escritura, el cristiano se halla en un punto medio entre la misericordia recibida y la que aun ha de recibir. Algunas veces la primera se presenta como un argumento para que él mismo sea misericordioso: “Perdonándoos los unos a los otros … de la manera que Cristo os perdonó” (Colosenses 3:13; Efesios 4:32); algunas veces es presentada la otra: “Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia”: “Perdonad, y seréis perdonados” (Lucas 6:37; Santiago 5:9). Así que, si bien es cierto que el cristiano debe siempre mirar a la misericordia recibida como la fuente y motivo de la misericordia que él debe mostrar, de igual modo mira hacia adelante a la misericordia que necesita aún, y que tiene la certeza de que los misericordiosos—según lo que Bengel hermosamente llama la benigna talio (compensación benigna) del reino de Dios—la recibían como una nueva provocación hacia un abundante ejercicio de la misericordia. Los anticipos y comienzos de esta recompensa jurídica se experimentan abundantemente en lo que sigue; su perfección se reserva para aquel día, cuando, desde su gran trono blanco, el Rey dirá: “Venid, benditos de mi Padre, heredad el reino preparado para vosotros desde la fundación del mundo: porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; fuí huésped, y me recogisteis; desnudo, y me cubristeis; enfermo, y me visitasteis; estuve en la cárcel, y vinisteis a mí.” Sí; de esa manera se comportó hacia nosotros cuando estaba en la tierra. Puso aun su vida por nosotros; y él no puede dejar de reconocer en los misericordiosos su propia imagen.

8. Bienaventurados los de limpio corazón: porque ellos verán a Dios—Aquí también nos hallamos en terreno del Antiguo Testamento. En éste la diferencia entre la pureza externa y la interna, y la aceptabilidad de la última solamente, en la presencia de Dios, se enseña en todas partes. La idea de “una visión de Dios” no es extraña al Antiguo Testamento; y aunque se pensaba que esto no era posible en la vida presente (Éxodo 33:20; y compárese Job 19:26; Isaías 6:5), sin embargo, espiritualmente se conocía y se tenía la idea de que era el privilegio de los santos aun aquí (Génesis 5:24; Génesis 6:9; Génesis 17:1; Génesis 48:15; Salmo 27:4; Salmo 36:9; Salmo 63:2; Isaías 38:3, Isaías 38:11, etc.). Pero, ¡con qué extraordinaria simplicidad, brevedad y poder se expresa aquí esta verdad fundamental! ¡Y en qué marcado contraste aparecería esa enseñanza comparada con la que era corriente entonces, en la cual se daba atención exclusiva a la purificación ceremonial y a la moralidad externa! Esta pureza del corazón comienza en “un corazón purificado de mala conciencia” o “una conciencia limpiada de las obras de muerte” (Hebreos 10:22; Hebreos 9:14; y véase Hechos 15:9); y esto también es enseñado en el Antiguo Testamento (Salmo 32:1; compárese Romanos 4:5 e Isaías 6:5). La conciencia así limpiada, el corazón así purificado, poseen luz dentro de sí para ver a Dios. “Si nosotros dijéremos que tenemos comunión con él, y andamos en tinieblas, mentimos, y no hacemos la verdad; mas si andamos en luz, como él está en luz, tenemos comunión entre nosotros (él con nosotros, y nosotros con él), y la sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia”—a nosotros que gozamos de su compañerismo, el cual perderíamos sin un continuo limpiamiento—“de todo pecado” (1 Juan 1:6). “Cualquiera que permanece en él, no peca; cualquiera que peca, no le ha visto, ni le ha conocido” (1 Juan 3:6, Joel 3:6); “El que hace mal, no ha visto a Dios” (3 Juan 1:11, Joel 1:11). La visión interna explicada de esta manera, y el hombre interior en simpatía con Dios, se miran mutuamente con complacencia y gozo, y “somos transformados de gloria en gloria en la misma semejanza”. Pero la visión plena y beatífica de Dios se reserva para aquel tiempo al cual el salmista alarga su mirada: “Yo en justicia veré su rostro; seré saciado cuando despertare a su semejanza” (Salmo 17:15). Entonces “sus siervos le servirán. Y verán su cara; y su nombre estará en sus frentes” (Apocalipsis 22:3). Lo verán como él es (1 Juan 3:2, Joel 3:2). Pero, dice el apóstol, expresando el otro aspecto de esta bienaventuranza: “Seguid la santidad, sin la cual nadie verá al Señor” (Hebreos 12:14).

9. Bienaventurados los pacificadores—los que no solamente estudian la paz, sino que la difunden—porque ellos serán llamados hijos de Dios—De todas estas bienaventuranzas, ésta es la única que con dificultad hallaría su base definida en el Antiguo Testamento, debido a que ese gloriosísimo carácter de Dios, cuya imagen aparece en los pacificadores, tenia que ser revelado aún. En verdad, su glorioso nombre de “Jehová, fuerte, misericordioso, y piadoso: tardo para la ira, y grande en benignidad y verdad;… que perdona la iniquidad, la rebelión, y el pecado” (Éxodo 34:6), había sido proclamado de una manera llamativa, y se había manifestado en acción, con notable frecuencia y variedad, durante el largo curso de la dispensación antigua. Tenemos evidencias innegables de que los santos de aquella dispensación sintieron su influencia transformadora y ennoblecedora en su propio carácter: pero mientras Cristo no “hiciera la paz con la sangre de la cruz,” no podía Dios manifestarse a sí mismo como “el Dios de paz, que sacó de los muertos a nuestro Señor Jesucristo, el gran pastor de las ovejas, por la sangre del testamento eterno” (Hebreos 13:20); no podía revelarse a sí mismo como “reconciliando el mundo a sí (en Cristo), no imputándole sus pecados”, ni presentarse a sí mismo en la extraordinaria actitud de rogar a los hombres que se reconciliasen con él (2 Corintios 5:19). Cuando esta reconciliación llega a realizarse, y uno tiene “paz con Dios por medio del Señor Jesucristo”, es decir, “la paz de Dios que sobrepuja todo entendimiento”, entonces los que reciben la paz, se convierten en difusores de la paz. Así es como Dios se ve reflejado en ellos; y por esa semejanza, los pacificadores son reconocidos como hijos de Dios. Y al llegar ahora a la octava bienaventuranza que es suplementaria, se verá que todo lo que los santos son en si mismos, ya fué descrito en siete rasgos de carácter, siendo éste un número que indica la perfección de dicha descripcíón. El último rasgo, por lo tanto, es un rasgo pasivo, representando el tratamiento que los caracteres ya descritos pueden esperar del mundo. Aquel que un día ha de fijar el destino de todos los hombres, en este pasaje señala a algunos caracteres como “bienaventurados”; pero termina advirtiéndoles que la estimación del mundo y el tratamiento que éste les dispensará, será todo lo contrario a los de él.

10. Bienaventurados los que padecen persecución por causa de la justicia, etc.—Cuán completamente esta última bienaventuranza se basa en el Antiguo Testamento, es evidente a la luz de las palabras finales, donde el estímulo a los cristianos a sobrellevar tales persecuciones, consiste en que la suya no es sino una continuación de la persecución que experimentaron en el Antiguo Testamento los siervos de Dios. Pero ¿cómo podrían tales hermosos rasgos de carácter provocar la persecución? En respuesta a esta pregunta, las siguientes contestaciones deben ser suficientes: “Todo aquel que hace lo malo, aborrece la luz y no viene a la luz, porque sus obras no sean redargüidas”. “No puede el mundo aborreceros a vosotros; mas a mí me aborrece, porque yo doy testimonio de él, que sus obras son malas.” “Si fuerais del mundo, el mundo amaría lo suyo; porque no sois del mundo, antes yo os elegí del mundo, por eso os aborrece el mundo”. “Aun hay aquí un hombre (dijo el malvado Acab al buen Josafat) por el cual podemos preguntar a Jehová: mas yo le aborrezco, porque nunca me profetiza cosa buena, sino siempre mal.” (Juan 3:20; Juan 7:7; Juan 15:19; 2 Crónicas 18:7). Pero más particularmente, los siete rasgos de carácter que se describen aquí, reciben todos la oposición del espíritu del mundo, de tal manera que los oyentes de este discurso que respiraban este espíritu, tienen que haber sido sorprendidos, y su sistema entero de pensamiento y de acción debió haber sido rudamente sacudido. La pobreza de espíritu es contraria al orgullo del corazón del hombre; la disposición para meditar tocante a las deficiencias que uno siente de sí mismo frente a Dios, no es bien mirada por el mundo endurecido, indiferente, satisfecho de sí mismo, que toma las cosas a risa; un espíritu manso y quieto, que recibe el mal, es mirado como pusilánime, y choca contra el espíritu de orgullo y agravio del mundo; esta ansia de bendiciones espirituales condena la lascivia de la carne, la lascivia del ojo, y el orgullo de la vida; así también el espíritu misericordioso está en contra del espíritu de insensibilidad del mundo; la pureza del corazón contrasta de una manera hiriente con la hipocresía; y el pacificador no es fácilmente tolerado por el mundo contencioso y peleador. Así es como la “justicia” viene a ser “perseguida”. Pero bienaventurados son aquellos que, a pesar de esto, se atreven a practicar la justicia. porque de ellos es el reino de los cielos—Así como fué ésta la recompensa prometida a los pobres en espíritu, y como es ésta la principal de las siete bienaventuranzas, con mucha razón el premio mencionado aquí será la porción que recibirán aquellos que son perseguidos por ponerlas en práctica.

11. Bienaventurados sois cuando os vituperaren—es decir, os insulten en vuestra propia cara, en contraste con la calumnia. (Véase Marco 15:32). y os persiguieren, y dijeren de vosotros todo mal por mi causa, mintiendo—Observemos que había dicho antes: “por causa de la justicia”. Aquí, al decir “mi causa”, él se identifica a sí mismo y a su causa con la de la justicia, uniendo la causa de la justicia en el mundo con la recepción de él mismo. ¿Se habrían expresado así Moisés, o David, o Isaías, o Pablo? ¡Nunca! Sin duda ellos sufrieron por causa de la justicia. Pero que hubiesen designado a esto como “su causa”, habría estado fuera de lugar como cualquiera puede ver. Mientras que aquel que habla, siendo la justicia encarnada (véase Marco 1:24; Hechos 3:14; Apocalipsis 3:7), cuando se expresa así, no hace otra cosa sino decir lo que él mismo es.

12. Gozaos y alegraos—En el pasaje correspondiente en Lucas (Apocalipsis 6:22 V. M.) donde toda suerte de indignidades que son una prueba para la carne y la sangre, se presentan como la probable suerte de los que sean fieles al Señor, la palabra que allí se emplea es más fuerte aún, “saltad”, como si él quisiese que el regocijo interno venciese y absorbiese el sentimiento de todas las afrentas y sufrimientos; y no hay ninguna otra cosa que pueda hacerlo. porque vuestra merced es grande en los cielos: que así persiguieron a los profetas que fueron antes de vosotros—Es decir, “Os haceis herederos de su carácter y sufrimientos, y la recompensa vuestra será la mísma”.

13-16. Tenemos aquí la aplicación práctica de los principios que anteceden, para los discípulos que escuchaban sentados, y para sus sucesores en todos los tiempos. El Señor, aunque comenzó declarando ciertos caracteres sin hacer referencia expresa a ninguno de sus oyentes, no cierra su exposición de las bienaventuranzas sin dar a entender que tales caracteres existían, y que allí estaban frente a él. Por lo tanto, de las características él pasa a las personas que las poseen, diciendo: “Bienaventurados sois cuando os vituperaren”, etc. Y ahora, continuando con su manera personal y directa de hablar a sus oyentes, sorprende a aquellos hombres humildes y desconocidos, declarándolos como los excelsos bienhechores de la especie humana.

13. Vosotros sois la sal de la tierra—para conservarla de la corrupción, para dar buen gusto a su insipidez, para refrescarla y endulzarla. El valor de la sal para estos propósitos es mencionado abundantemente por los escritores clásicos como asimismo en las Escrituras; de ahí su significado simbólico en las ofrendas religiosas, tanto de los que se encontraban fuera de la religión revelada como de los que se encontraban dentro de ella. En las Escrituras, la humanidad, bajo los impulsos no restringidos de su propia naturaleza malvada, se representa como completamente corrompida. Así fué antes del diluvio (Génesis 6:11); después del diluvio (Génesis 8:21); en los días de David (Salmo 14:2); en los días de Isaías (Isaías 1:5); y en los días de Pablo (Efesios 2:1; véase también Job 14:4; Job 15:15; Juan 3:6; compárese Romanos 8:8; Tito 3:2). El remedio para esto, dice el Señor aquí, es la presencia activa de sus discípulos entre las demás gentes. El carácter y los principios de los cristianos, puestos en íntimo contacto con la humanidad, tienen el designio de detener la corrupción de ésta y dar sabor a su insipidez. Pero, se podría preguntar, ¿cómo han de realizar los cristianos esta misión con los demás hombres, si su justicia no hace otra cosa sino exasperarlos, y repercute sobre los mismos cristianos en toda forma de persecución? La contestación es: Eso no es sino el efecto primario y parcial del cristianismo sobre el mundo; aunque la mayor parte habría de rechazar la verdad, un grupo pequeño aunque noble lo habría de recibir y retener; y en la lucha que habría de sobrevenir, uno que otro, aun del partido opuesto, habría de pasarse a sus filas, y al fin el evangelio habría de salir plenamente victorioso. y si la sal se desvaneciere—que se convierta en insípida, o que pierda su salinidad o capacidad de salar. El significado es que si ese cristianismo sobre el cual la salud del mundo depende, llegase a existir sólo en nombre, en cualquier época, región o individuo, o si no contuviera esos elementos salvadores por falta de los cuales el mundo languidece, ¿con qué será salada?—¿Cómo se le podrán restituir sus cualidades para salar? (Compárese Marco 9:50). Si la sal pierde alguna vez su salinidad, cosa sobre la cual hay diferencia de opinión, es un asunto que no tiene importancia aquí. El punto que se considera es la suposición de que si la perdiese las consecuencias serían como aquí se describen; y pasaría del mismo modo con los cristianos. La cuestión no es si los santos pierden o pueden perder totalmente alguna vez esa gracia que los convierte en una bendición para sus semejantes, sino más bien lo que vendrá a ser de ese cristianismo que carece de los únicos elementos que pueden detener la corrupción y sazonar la insipidez de una carnalidad que lo abarca todo. La restauración, o no restauración, de la gracia, o sea el verdadero cristianismo viviente, a los que la perdieron, a nuestro juicio nada tiene que ver aquí. El asunto no es: “¿cómo podrá ser restituída esa gracia a un hombre si éste la perdiere? sino, “en vista de que el cristianismo viviente es la única ‘sal de la tierra’, si los hombres la pierden, ¿qué otra cosa podría tomar su lugar?” Lo que sigue es la terrible contestación a esta pregunta. no vale más para nada, sino para ser echada fuera—una expresión figurada que denota la exclusión, con indignación, del reino de Dios (compárese cap. 8:12; 22:13; Juan 6:37; Juan 9:34). y hollada de los hombres—expresión ésta de desprecio y escarnio. No es la mera carencia de un cierto carácter, sino la carencia de él en aquellos cuya profesión y apariencia eran adecuadas para esperarse que en ellos se hallara dicho carácter.

14. Vosotros sois la luz del mundo—Siendo éste el título distintivo que el Señor se aplica a sí mismo (Juan 8:12; Juan 9:5; véase también Juan 1:4, Juan 1:9; Juan 3:19; Juan 12:35), el cual expresamente se considera como no apropiado aun del más grande de los profetas (Juan 1:8), seguramente es aplicado aquí por el Señor a sus discípulos sólo en el sentido de que ellos brillan con la luz que él les da en el mundo, virtud de su Espíritu que habita en ellos, y del mismo entendimiento que en ellos hay, el cual también había habido en Cristo Jesús. A los cristianos no se les llama de esta manera en ninguna otra parte; por el contrario, como para evitar el augusto título que el Señor se apropió para sí mismo, se dice que los cristianos “brillan”, no como luces, sino “como luminares en el mundo” (Filipenses 2:15); y del Bautista se dice que fué una “antorcha que ardía y alumbraba” (Juan 5:35). Observemos también que, aun cuando las dos figuras de la sal y de la luz del sol expresan la misma función de los cristianos, o sea la de ejercer su bendita influencia sobre sus semejantes, ambas figuras son presentadas en un aspecto distinto. La sal opera internamente, en la materia con la cual se pone en contacto; la luz del sol opera externamente, irradiando todo lo que toca. Por lo tanto, los cristianos se presentan cautelosamente como “la sal de la tierra”, con referencia al género humano con el cual se mezclarán; pero la “luz del mundo”, se menciona con referencia a la vasta y variada superficie que siente la radiación de su fructífera y alegre influencia. La misma distinción se observa en el segundo par de las siete parábolas que el Señor pronunció en el lago de Galilea, la de la “semilla de mostaza”, que creció hasta ser árbol frondoso, lo cual corresponde a la luz del sol que se otorga al mundo. y la de la “levadura”, que una mujer tomó y, como la sal, escondió en tres medidas de harina, hasta que todo quedó leudo (cap. 13:31-33). una ciudad asentada sobre un monte no se puede esconder—Ni se puede suponer que haya sido construida así con otro propósito, sino el de ser vista por muchos ojos.

15. Ni se enciende una lámpara y se pone debajo de un almud—una medida para áridos—mas sobre el candelero—o más bien, sobre el soporte de las lámparas. El artículo se pone en ambos casos para expresar la familiaridad con todos esos utensilios domésticos. y alumbra a todos los que están en casa. 16. Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras obras buenas, y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos—Así como nadie enciende una lámpara para taparla, sino que la coloca sobre un sitio visible para que alumbre a todos los que necesitan luz, del mismo modo los cristianos, siendo la luz del mundo, en vez de esconder su luz deben presentarla ante los hombres de tal manera que las gentes vean qué clase de vida es la que practican los discípulos de Cristo; y viéndola, glorifiquen al Padre por haber redimido, transformado y ennoblecido a los hijos pecaminosos de la tierra, y les sea ofrecida la oportunidad de una transformación y una redención similares.

17-48. LA IDENTIFICACION DE ESTOS PRINCIPIOS CON LOS DEL REGIMEN ANTIGUO, EN CONTRASTE CON LA ENSEÑANZA TRADICIONAL CORRIENTE DE ESE DIA. Exposición de Principios (vv. 17-20).

17. No penséis que he venido para abrogar la ley o los profetas—Es decir, la autoridad o los principios del Antiguo Testamento (sobre esta frase véase cap. 7:12; 22:40; Lucas 16:16; Hechos 13:15). Esta manera general de tomar la frase es mucho mejor que mirarla como “la ley” y “los profetas” separadamente, y preguntarse, como hacen muchos buenos críticos, en qué sentido el Señor podría imaginarse la subversión de cada uno de ellos. Para las diferentes clases de oyentes que podrían mirar esta supuesta abrogación de la ley y los profetas con sentimientos diferentes, el anuncio del Señor, en efecto, sería así: “Vosotros que tembláis ante la palabra del Señor, no temáis que yo vaya a sacar de debajo de vuestros pies los cimientos en que estáis fundados; no esperéis, oh espíritus inquietos y revolucionarios, que yo vaya a encabezar algún movimiento revolucionario; y vosotros, los que hipócritamente afectáis gran reverencia hacia la ley y los profetas, no pretendáis hallar cosa alguna en mis enseñanzas de derogatorio en contra de los oráculos vivientes de Dios”. no he venido para abrogar, sino a cumplir—No he venido para subvertir, ni abrogar, ni anular, sino para establecer la ley y los profetas. He venido para revelar estos preceptos, para revestirlos de una forma viviente, y para consagrarlos en la reverencia, afecto y carácter de los hombres.

18. Porque de cierto os digo—Aquí aparece por primera vez esta augusta expresión, en las enseñanzas del Señor, con la cual nos hemos familiarizado tanto que apenas reflexionamos en su pleno significado. Es manifiestamente una expresión de suprema autoridad legislativa; y como el tema en relación con el cual ha sido pronunciada, es la ley moral, no se podría invocar un título de autoridad estrictamente divina más alto que éste. Porque cuando observamos cuán celosamente Jehová expresa como prerrogativa exclusiva suya el dar la ley a los hombres (Levítico 18:1; Levítico 19:37; Levítico 26:1, Levítico 26:13, etc.), lenguaje como éste parecería totalmente inadecuado, más aún, aborrecible, si proviniera de labios de cualquier criatura humana. Cuando las palabras del Bautista, “yo os digo” (cap. 3:9) se comparan con las del Maestro aquí, la diferencia entre ambos casos se echará de ver al instante. que hasta que perezca el cielo y la tierra—No obstante que aun en el Antiguo Testamento se hace referencia a la destrucción final de los cielos y de la tierra en contraste con la inmutabilidad de Jehová (Salmo 102:24), el concepto prevaleciente en las Escrituras con respecto a los cielos y la tierra, cuando se hace referencia a ellos en términos generales, es en el sentido de su estabilidad (Salmo 119:89; Eclesiastés 1:4; Jeremias 33:25 y 26). Es por esto que el Señor usa esta expresión para hacer énfasis en la permanencia de los grandes principios y verdades, morales y espirituales, que él enseñaba. ni una jota—la más pequeña de las letras hebreas—ni un tilde—una de esas rayitas por las cuales algunas de las letras hebreas se distinguen de otras que son parecidas—perecerá de la ley, hasta que todas las cosas sean hechas—Esto significa que ni siquiera la más mínima pérdida de autoridad o de vitalidad sufrirá jamás la ley. La expresión “hasta que todas las cosas sean hechas”, o “hasta que el todo sea cumplido”, según la Versión Moderna, es muy semejante en su significado a decir: “Tendrá un honor sin mengua y duradero, desde el más grande hasta el más pequeño de sus requisitos”. De nuevo concluimos que es preferible interpretar las palabras de nuestro Señor en términos generales, en vez de interpretarlas en un sentido doctrinal, el cual nos obligaría a determinar las diferentes clases de cumplimiento que tendrían el aspecto moral y el aspecto ceremonial de la ley.

19. De manera que cualquiera que infringiere—más bien, “disuelva”, “anule”, o “invalide”—uno de estos mandamientos muy pequeños—expresión que equivale a decir: “uno de los más pequeños de estos mandamientos”. y así enseñare a los hombres—se refiere a los fariseos y sus enseñanzas, como claramente se ve en el versículo siguiente: pero claro está que abarca a todas las escuelas similares y a las enseñanzas impartidas en la iglesia cristiana. muy pequeño será llamado en el reino de los cielos—Como el asunto en cuestión no es el quebrantar en la práctica o desobedecer la ley, sino anular o desvirtuar la obligación de cumplirla mediante un sistema defectuoso de interpretación, y enseñarles a otros a hacer lo mismo; la amenaza no consiste en la exclusión del cielo, menos aún el ocupar el sitio más bajo en él, sino una posición degradante y menospreciada en la época presente del reino de Dios. En otras palabras, han de ser rebajadas, por causa de la providencia retributiva de Dios que les sobrevendrá, a la misma condición de deshonor a la cual, mediante su sistema y sus enseñanzas, han rebajado aquellos eternos principios de la ley de Dios. mas cualquiera que hiciere y enseñare—aquellos principios y enseñanzas que exaltan la autoridad y honor de la ley de Dios, tanto en sus más pequeños requisitos como en los más altos—éste será llamado grande en el reino de los cielos—Por mediación de esa providencia que vela sobre el honor de la administración moral de Dios, será elevada dicha persona a la misma posición de autoridad y de honor a la cual él ha elevado la ley.

20. Porque os digo, que si vuestra justicia no fuere mayor que la de los escribas y de los Fariseos—Claramente se ve que la superioridad sobre la justicia de los fariseos a que aquí se hace referencia, es en la calidad y no en el grado; pues todas las Escrituras enseñan que la entrada al reino de Dios, ya sea en la época presente o en el futuro, depende, no del grado de nuestra excelencia en alguna cosa, sino solamente de tener el carácter mismo que Dios requiere. Nuestra justicia por lo tanto, si ha de contrastarse con la exterior y formal de los escribas y de los fariseos, debe ser interna, vital, espiritual. En realidad, algunos de los escribas y fariseos mismos podrían obtener la justicia que aquí se demanda; pero el Señor no habla de personas, sino del sistema que ellos representaban y enseñaban. no entraréis en el reino de los cielos—Si esto se refiere, como en el versículo anterior, más bien a la época terrenal de este reino, el significado es que, sin una justicia que supere a la de los fariseos, no podremos ser miembros del reino en absoluto, sino en nombre. Esta no era una doctrina nueva (Romanos 2:28; Romanos 9:6; Filipenses 3:3). Pero la enseñanza del Señor aquí se extiende más allá de la escena presente, a esa eterna época del reino donde sin “la pureza de corazón” nadie “verá a Dios”.

La espiritualidad de la verdadera justicia, contrastada con la de los escribas y la de los fariseos, ilustrada por el sexto mandamiento (vv. 21-26).

21. Oísteis que fué dicho a los antiguos—o como en la versión inglesa, “por los antiguos”. Cuál de estas dos traducciones es la correcta, es un asunto que ha sido muy discutido; cualquiera de las dos es gramaticalmente defendible, aunque la primera “ a los antiguos” es más consecuente con el uso del Nuevo Testamento (Véase griego de Romanos 9:12, Romanos 9:26; Apocalipsis 6:11; Apocalipsis 9:4), y la mayoría de los críticos se inclinan a su favor. Pero no se trata de una cuestión puramente del griego. Casi todos los que favorecen la traducción “a los antiguos”, entienden que el que pronuncia esas palabras es Moisés en la ley; “los antiguos” serían las gentes a quienes Moisés dió la ley; y la intención del Señor aquí sería la de contrastar su propia enseñanza, más o menos, con la de Moisés; bien sea como opuesta a la misma, como algunos afirman, o por lo menos modificándola, ampliándola y elevándola. Pero ¿quién puede razonablemente imaginar tal cosa después de una enfática o solemne proclamación de la perpetuidad de la ley y del honor y de la gloria en que debía ser tenida bajo la nueva dispensación, como la que Jesús acaba de hacer? A nosotros nos parece muy claro que el objeto del Señor es el de contrastar las perversiones tradicionales de la ley con el verdadero sentido de la misma, como él la exponía. Unos pocos de los que están de acuerdo con este punto de vista, piensan, sin embargo, que la única traducción legítima de estas palabras debe ser “a los antiguos”; entendiendo que el Señor está informando sobre lo que había sido dicho a los antiguos, no por Moisés, sino por los que pervertían la ley. No objetamos este punto; pero nos inclinamos a pensar (con Beza, y luego con Fritzsche, Olshausen, Stier y Bloomfield) que “por los antiguos” debe ser lo que el Señor quiso decir aquí, refiriéndose a los maestros corruptos más bien que a la gente pervertida. No matarás—Siendo esto todo lo que la ley requiere, el que se haya empapado las manos en la sangre de su hermano, y sólo él, es culpable de haber quebrantado este mandamiento. mas cualquiera que matare, será culpado del juicio—Es decir, de la sentencia de esos tribunales inferiores que existían en todos los pueblos principales, de acuerdo con Deuteronomio 16:16. De modo que este mandamiento fué reducido de una ley santa del Dios que escudriña los corazones, a un mero estatuto criminal, con referencia sólo a los actos exteriores tales como aquellos de los cuales leemos en Éxodo 21:12; Levítico 24:17.

22. Mas yo os digo—Nótese el tono autoritativo con el cual, por ser el legislador y juez, Cristo da el verdadero sentido y explica el profundo alcance de este mandamiento. que cualquiera que se enojare locamente con su hermano, será culpado del juicio; y cualquiera que dijere a su hermano, Raca, será culpado del consejo; y cualquiera que dijere, Fatuo, será culpado del infierno del fuego—No es razonable negar, como lo hace Alexander, que aquí se mencionan tres grados de castigo, y afirmar que sólo se trata de tres aspectos de la misma cosa. Pero los expositores romanistas se equivocan mucho al tomar los dos primeros, el “juicio” y el “consejo”, con referencia a grados en el castigo temporal, que se habría de aplicar a pecados veniales bajo el evangelio, y que sólo el último, “infierno del fuego”, se refiere a la vida futura. Los tres castigos se refieren claramente a la retribución divina, y sólo a eso, por violación de este mandamiento; aun cuando esto se expresa mediante una alusión a los tribunales judíos. El “juicio”, como ya se ha explicado, era el más bajo de los tres; el “consejo” o sanedrín, que se reunía en Jerusalén, era el más alto; mientras que la palabra que se usa para “infierno del fuego” contiene una alusión al “valle del hijo de Hinnom” (Josué 18:16). En este valle los judíos, cuando estaban sumidos en la idolatría, llegaron a quemar sus niños ofreciéndolos a Moloc “en los lugares altos de Tofet, a consecuencia de lo cual el buen Josías lo profanó, para evitar la repetición de tales abominaciones (2 Reyes 23:10); y desde esa época en adelante, si podemos dar crédito a los escritores judíos, se mantenía un fuego ardiendo en ese lugar para consumir la basura y toda suerte de desperdicios de la ciudad. Cierto es que mientras que el castigo final de los malos se describe en el Antiguo Testamento mediante una alusión a este valle de Tofet o Hinnom (Isaías 30:33; Isaías 66:24), el Señor describe este mismo castigo citando simplemente estas terribles descripciones del profeta evangélico Isaías (Marco 9:43). El grado preciso de sentimiento poco santo hacia nuestro hermano que se expresa en las palabras Raca y Fatuo, sería tan inútil como vano inquirirlo. Cada edad y cada país tienen sus modos de expresar tales cosas; sin duda el Señor hizo uso de la fraseología corriente en sus días que denotaba la falta de respeto y de aprecio, meramente para expresar y condenar los diferentes grados de tales sentimientos cuando se manifestaban en palabras, como instantes antes había condenado el sentimiento mismo. En realidad, se pone en evidencia el poco valor que tienen las meras palabras aparte de los sentimientos que ellas expresan, y que así como se dice expresamente que el Señor miró a sus enemigos con enojo, aunque “condoleciéndose de la ceguedad de su corazón” (Marco 3:5), y como el apóstol nos enseña que hay una ira que no es pecado (Efesios 4:26), del mismo modo en la Epístola de Santiago (Efesios 2:20) hallamos las palabras, “hombre vano” o vacío; y el Señor mismo aplica las palabras “insensatos” y “necios” a los guías ciegos de la gente (cap. 23:17, 19), aunque en ambos casos, tales palabras se aplican a los razonadores falsos más bien que a las personas. De modo que el espíritu de todo el pasaje podría expresarse del modo siguiente: “Por siglos habéis sido enseñados que el sexto mandamiento, por ejemplo, se quebranta solamente por el homicida, y que juzgar tal caso es la tarea adecuada de los tribunales reconocidos; mas yo os digo que es quebrantado aun por una ira sin causa, que no es más que odio en brote, ya que el odio es homicidio incipiente (1 Juan 3:15, Joel 3:15). Así pues, este mandamiento es quebrantado por los sentimientos, y mucho más por esas palabras llenas de un sentimiento de odio, desde el más simple hasta el más envenenado, que suelen ser arrojadas al hermano; y del mismo modo en que hay gradaciones en los tribunales de justicia humanos, y en las sentencias que se pronuncian de acuerdo con los grados de criminalidad, del mismo modo, el trato jurídico que recibirán ante el tribunal divino los que quebrantan este mandamiento, será de acuerdo con su criminalidad verdadera, en la presencia del juez que escudriña los corazones. ¡Oh qué santa enseñanza es ésta!

23. Por tanto—para hacer una aplicación de lo antedicho y mostrar su gran importancia—si trajeres tu presente al altar, y allí te acordares de que tu hermano tiene algo contra ti—una queja justa contra ti;

24. Deja allí tu presente delante del altar, y vete, vuelve primero en amistad con tu hermano—Evidentemente el significado no es: “desarraiga de tu pecho todo sentimiento malo”, sino “destierra de la mente de tu hermano toda queja que él tenga contra ti”. y entonces ven y ofrece tu presente—Tholuck se expresa así: “Este cuadro, tomado de la vida diaria, nos transporta al momento cuando el israelita, habiendo traído su sacrificio al templo, al atrio de Israel, espera el instante cuando el sacerdote se acercará para recibirlo de sus manos. Espera con su presente puesto sobre la balaustrada que separa el lugar donde él se halla, del atrio de los Sacerdotes, adonde su ofrenda será llevada presto para ser sacrificada por el sacerdote y presentada por éste en el altar de los sacrificios.” Es en este momento solemne, cuando está listo para encomendarse a la misericordia divina y procurar mediante su ofrenda el sello del perdón divino, que el ofrendante, de pronto, recuerda que su hermano tiene contra él una causa justa de queja por haber quebrantado este mandamiento en alguna de las formas que se acaban de indicar. Entonces, ¿Dirá él: “Tan pronto como haya ofrecido este presente, iré a ver a mi hermano para reconciliarme con él?” No; antes de dar otro paso, aun antes de ofrecer el presente, debe buscar esta reconciliación, y aun cuando el presente tenga que ser dejado sin ser ofrecido ante el altar. La misma verdad aquí enseñada la hallamos expresada notablemente de manera opuesta, en Marco 11:25 : “Y cuando estuviereis orando (en el acto de orar), perdonad, si tenéis algo contra alguno, para que vuestro Padre que está en los cielos os perdone también a vosotros vuestras ofensas”. De ahí la hermosa práctica de la iglesia primitiva, que procuraba enmendar todas las diferencias entre los hermanos en Cristo, en el espíritu de amor, antes de participar de la comunión; y en la Iglesia Anglicana está especialmente marcada una indicación similar al practicar esta ordenanza. Por cierto que, si la celebración de la Cena del Señor es el acto de culto de mayor importancia, la reconciliación, aunque obligatoria en todo acto de culto, debe ser especialmente necesaria entonces.

25. Concíliate con tu adversario—tu contrario en un asunto reconocido por la ley. presto, entre tanto que estás con él en el camino—al dirigirse los dos “al magistrado”, como en Lucas 12:58; porque no acontezca que el adversario te entregue al juez, y el juez—habiéndote declarado culpable—te entregue al alguacil—el funcionario que tiene la obligación de ver que se cumpla la sentencia—y seas echado en prisión. 26. De cierto te digo, que no saldrás de allí, hasta que pagues el último cuadrante—Se trata de una moneda fraccionaria de los romanos. No se debe suponer, ni por un momento, que el Señor aquí meramente diera este consejo prudencial a sus oyentes para mantenerlos alejados de la mano de la ley y sus funcionarios, mediante la solución de sus disputas personales en forma privada. Las palabras finales, “de cierto te digo, que no saldrás de allí”, etc., manifiestamente muestran que aun cuando el lenguaje está sacado de las disputas humanas y procedimientos legales, él tiene en mente una disputa, un tribunal, y una sentencia, más que humanos y temporales. Entendidas las palabras así, en lo cual concuerdan casi todos los críticos dignos de este nombre, el espíritu de estas palabras se podría expresar así: “Al explicar el sexto mandamiento, he hablado de ofensas entre hombre y hombre, haciéndoos recordar que el ofensor tiene otra persona con quien tratar además de aquélla que ha ofendido en la tierra, y asegurándoos de que todo culto ofrecido al que escudriña los corazones, por uno que sepa que hay un hermano que tiene una causa justa contra él, y, sin embargo, no da ningún paso para reconciliarse, es vano. Pero no puedo dejar este tema sin haceros pensar en Uno que tiene contra vosotros una causa justa de queja más mortal que la que un hombre podría tener contra otro. Y ya que con ese Adversario te encuentras en el camino hacia el juicio, será muy sabio que te reconcilies con él sin pérdida de tiempo, no sea que una sentencia condenatoria se pronuncie contra ti, y luego la ejecución de la misma venga, de cuyos efectos nunca escaparás si queda algún remanente de la ofensa que no haya sido expiado”. Debemos observar que, en vista de que el principio sobre el cual debemos ponernos de acuerdo con este “adversario” no se especifica, y la naturaleza precisa de la retribución que caerá sobre los que desprecien esta advertencia, no se obtiene del mero uso de la palabra “prisión”, de igual modo no está expresado en palabras el hecho de que sea imposible un remedio para evitar dicho castigo, como tampoco se enseña la cesación del mismo. El lenguaje sobre todos estos puntos tiene un sentido general; pero puede afirmarse con seguridad, que la duración eterna del castigo futuro, en otra parte claramente enseñada por el Señor mismo, como en los versos 29 y 30 y Marco 9:43, Marco 9:48, es la única doctrina con la cual este lenguaje está en pleno y natural acuerdo. (Compárese cap. 18:30, 34).

El mismo tema ilustrado por el séptimo mandamiento (vers. 27-32).

27. Oísteis que fué dicho: No adulterarás—Interpretando este séptimo mandamiento como hicieron con el sexto los que tradicionalmente pervertían la ley, restringían el quebrantamiento del mismo a actos de relaciones ilícitas entre personas casadas, o con personas casadas, exclusivamente. El Señor ahora disipa esas ilusiones.

28. Mas yo os digo, que cualquiera que mira a una mujer para codiciarla—con la intención de hacerlo, como vemos por la expresión similar usada en el cap. 6:1; o, con el pleno consentimiento de su voluntad para alimentar de ese modo sus indignos deseos. ya adulteró con ella en su corazón—No debemos suponer, por la palabra “adulterio” que aquí se usa, que el Señor tenga la intención de restringir el quebrantamiento de este mandamiento a personas casadas, y a relaciones ilícitas con las mismas. Las expresiones “cualquiera que mira” y “a una mujer”, al parecer extienden el alcance de este mandamiento a toda forma de impureza, y los consejos que siguen, que con toda probabilidad fueran dados para todos, casados o no casados, aparentemente confirman esto. Como hizo cuando trató el sexto mandamiento, el Señor en primer lugar hace una exposición del mandamiento, y luego en los siguientes cuatro versículos aplica su exposición.

29. Por tanto, si tu ojo derecho—el más útil y querido de los dos; te fuere ocasión de caer—o se convirtiere en una trampa. sácalo, y échalo de ti—lo cual da a entender una prontitud causada por la indignación sin preocuparse del costo o los sentimientos que ese acto envuelve. Por supuesto, no es solamente el ojo aquello a lo cual el Señor hace referencia, como si se tratase de una ejecución perpetrada contra un órgano del cuerno—aun cuando ha habido ascetas fanáticos que han sostenido y practicado ese punto, mostrando una comprensión muy pobre de cosas espirituales—sino el ojo que pueda ocasionar la caída, o el ojo considerado como ocasión de pecado; y consecuentemente sólo el uso pecaminoso del órgano es lo que se tiene en vista. Porque así como se podrían sacar los ojos sin apagar el sentimiento de lascivia que ellos facilitaban, de igual modo “si tu ojo fuere sincero, todo tu cuerpo será luminoso”, cuando está dirigido por una mente sana y nuestros miembros vienen a ser “instrumentos de justicia” para Dios. Al mismo tiempo, así como cortando una mano o sacando un ojo se perdería el poder de obrar y de ver, el Señor ciertamente da a entender que debemos atacar la raíz del mal, como también cortar las ocasiones que nos estimulan a practicarlo. que mejor te es que se pierda uno de tus miembros, que no que todo tu cuerpo sea echado al infierno—El que desprecie la advertencia “sácalo, y échalo de ti”, con referencia a un miembro ofensivo, ha de hallar que su cuerpo entero “será echado”, con pronta y retributiva indignación, “al infierno”. ¡Lenguaje muy duro éste en labios del que era el amor encarnado!

30. Y si tu mano derecha—el órgano de acción, al cual el ojo anima—te fuere ocasión de caer, córtala, y échala de ti: que mejor te es, etc.—Véase versículo 29. La repetición en términos idénticos de tan severas verdades y tan terribles lecciones, parece ser característica de la manera de enseñar del Señor. Compárese Marco 9:43.

31. También fué dicho—Esta forma más corta tal vez fué presentada intencionalmente para marcar una transición de los mandamientos del Decálogo a un artículo civil sobre el divorcio, citado del pasaje en Deuteronomio 24:1. La ley del divorcio, de acuerdo con su escrupulosidad o laxitud, tiene una relación tan íntima con la pureza de la vida matrimonial, que nada más natural parecería que pasar del séptimo mandamiento a los puntos de vista relajados que sobre este tema eran comunes.

31. Cualquiera que repudiare a su mujer, déle carta de divorcio—Un obstáculo legal aplicado a la separación tiránica y precipitada. La única base legítima para el divorcio permitida por el artículo que se acaba de citar, era “alguna forma de impureza”; en otras palabras, infidelidad conyugal. Pero mientras que una escuela de intérpretes (la de Shammai) explicaba esto correctamente, como prohibiendo el divorcio en cualquier caso excepto por adulterio, la otra escuela (la de Hillel) extendía la expresiór hasta incluír cualquier cosa en la esposa que resultase ofensiva o desagradable para el marido, un punto de vista de la ley muy útil para servir al capricho y a las inclinaciones depravadas. Hasta el día de hoy los judíos permiten divorcios por los pretextos más frívolos. Fué para hacer frente a esto que el Señor pronunció lo que sigue:

32. Mas yo os digo, que el que repudiare a su mujer, fuera de causa de fornicación, hace que ella adultere—es decir, la conduce al hecho en caso de que ella se vuelva a casar; y el que se casare con la repudiada, comete adulterio—porque si el mandamiento es quebrantado por una de las partes, lo es también por la otra. Pero véase el cap. 19:4-9. En este lugar no se trata el asunto en cuanto a si la parte inocente, después de un divorcio justo, se puede casar otra vez legalmente. La Iglesia de Roma está en contra de esta práctica; pero la griega y la protestante la permiten.

El mismo tema ilustrado por el tercer mandamiento (vers. 33-37).

33. Además habéis oído que fué dicho a los antiguos: No te perjurarás—Estas no son precisamente las palabras de Éxodo 20:7, pero expresan lo que corrientemente se entendía que debía de condenarse, es decir, jurar en falso (Levítico 19:12 y siguientes). Esto se ve claramente en lo que sigue.

34. Mas yo os digo: No juréis en ninguna manera—Que esto tuviese el propósito de condenar toda clase de juramento pronunciado en toda ocasión, como dicen la Sociedad de los Amigos y algunos ultramoralistas, no debe pensarse ni un momento. Porque se dice aun de Jehová que juró por si mismo; y el Señor ciertamente contestó bajo juramento a una pregunta que le fué hecha por el sumo sacerdote; y el apóstol, varias veces en el lenguaje más solemne, toma a Dios como testigo de que habla y escribe la verdad; y es inconcebible que el Señor hubiese citado aquí el precepto acerca de no jurar en falso, sino cumplir los juramentos que hacemos al Señor, sólo para dar un precepto suyo que estuviera en contra del anterior. Evidentemente lo que este pasaje significa es que se prohibe el juramento en el trato común y en casos de frivolidad. Los juramentos frívolos eran severamente condenados en la enseñanza contemporánea. Pero era tan estrecho el círculo de ellos, que un hombre podría jurar, dice Lightfoot, cien mil veces y no ser culpable de jurar en vano. Apenas cosa alguna se miraba como juramento a menos que el nombre de Dios se mencionara; en contra de lo cual el Señor habla decisivamente, enseñando a su auditorio que todo juramento envuelve una apelación a Dios, bien sea que se nombre o no. ni por el cielo, porque es el trono de Dios; 35. Ni por la tierra, porque es el estrado de sus pies [citando a Isaías 66:1] ni por Jerusalem, porque es la ciudad del gran Rey [citando al Salmo 48:2].

36. Ni por tu cabeza jurarás, porque no puedes hacer un cabello blanco o negro—En los otros juramentos el nombre de Dios era profanado casi como si hubiese sido mencionado, porque se hallaba sugerido instantáneamente por la mención de su “trono”, el “estrado de sus pies”, su “ciudad”. Pero al jurar por nuestra cabeza o miembros similares, la objeción consiste en que no tenemos poder sobre ellos para cambiarlos, ni tienen éstos estabilidad alguna, como profanamente se creía.

37. Mas sea vuestro hablar—que vuestra palabra en los contactos comunes sea, Sí, sí; No, no—“Que un simple o un No sean suficientes para afirmar la verdad o la falsedad de cualquier cosa” (Véase Santiago 5:12; 2 Corintios 1:17). porque lo que es más de esto, de mal procede—No se trata del maligno, aunque gramaticalmente podría entenderse así, lección esta que algunos expositores prefieren. Es verdad que todo mal en nuestro mundo originalmente procede del diablo; que la maldad forma un reino encabezado por él, y que en todas sus manifestaciones él tiene una parte activa. Pero cualquier referencia a esto en el presente pasaje nos parece contraria a lo natural, y la alusión a este pasaje en la Epístola de Santiago (2 Corintios 5:12) indicaría que éste no es el sentido: “Vuestro sea sí, y vuestro no sea no; porque no caigáis en condenación”. La falsedad de nuestra naturaleza corrupta se manifiesta no sólo en la tendencia a apartarnos de la estricta verdad, sino en la disposición de sospechar que otros hagan lo mismo; y como esto no disminuye sino más bien se agrava por el hábito de confirmar lo que decimos mediante un juramento, corremos el riesgo de destruir toda reverencia por el santo nombre de Dios, y aun por la estricta verdad, en nuestros corazones, y así caer en condenación. La práctica de ir más allá de v de no, en afirmaciones y negaciones, como si nuestra palabra no bastase y esperásemos que otros la pusieran en duda, se origina en esa viciosa raíz de falsedad que se agrava precisamente por el esfuerzo que hacemos para vernos libres de esa sospecha. Y así como el jurar en favor de la verdad de lo que decimos, engendra la actitud de duda que tratamos de eludir, de igual modo el amor y el reino de la verdad, en el pecho de los discípulos de Cristo, se revelan tan plenamente aun a aquellos que no se les puede tener confianza, que el simple y no pronto vendrán a inspirar mayor confianza que las más solemnes aseveraciones de otros. Y así es como la gracia de nuestro Señor Jesucristo, cual árbol que se arroja en las aguas amargas de la corrupción humana, las sana y las endulza.

El Mismo Tema: Las Represalias (vers. 38-42). Tenemos aquí la misma enseñanza de las lecciones anteriores, pero expresada de manera opuesta. Aquéllas eran negativas; éstas son positivas.

38. Oísteis que fué dicho a los antiguos [Éxodo 21:23; Levítico 24:19; Deuteronomio 19:21]: Ojo por ojo, y diente por diente—Es decir, cualquier castigo que fuese mirado como un equivalente propio de estas cosas. Esta ley de la represalia, que tenía el propósito de quitar la venganza de las manos de los particulares, y entregarla a los magistrados, fué abusada de una manera opuesta a lo que ocurrió con los mandamientos del Decálogo. Mientras que éstos fueron reducidos al nivel de leyes civiles, aquella regla judicial era mirada como una garantía para tomar la venganza en las propias manos, lo cual era contrario a las propias indicaciones del Antiguo Testamento (Proverbios 20:22; Proverbios 24:29).

39. Mas yo os digo: No resistáis al mal; antes a cualquiera que te hiriere en tu mejilla diestra, vuélvele también la otra—La conducta del Señor, mansa pero digna, cuando fué herido en una mejilla (Juan 18:22), y que no presentó literalmente la otra, es el mejor comentario sobre estas palabras. El significado de este lenguaje fuerte es el estado de preparación, después de haber sido objeto de una injuria, no a invitar a que se repita sino a someterse mansamente a otra, sin represalias.

40. Y al que quisiere ponerte a pleito y tomarte tu ropa—la ropa interior, como prenda de una deuda (Éxodo 22:26), déjale también la capa—una prenda exterior más costosa. Esta capa no debía ser retenida a los pobres como prenda durante la noche, debido a que la usaban para cubrirse en la cama.

41. Y a cualquiera que te cargare por una milla, ve con él dos—Aquí probablemente se hace alusión a la práctica de los romanos y algunas naciones orientales que, cuando se enviaban despachos, obligaban a la gente no sólo a proveer caballos y vehículos sino a prestar los servicios personales, a menudo con grandes dificultades, cuando fuesen requeridos; pero, lo que aquí se pide, es el someterse voluntariamente a solicitudes abusivas de cualquier clase, más bien que pelear, considerando los males que de ello resultan. Lo que sigue es una hermosa extensión de este precepto.

42. Al que te pidiere, dale—Aquí se halla indicado el sentido de pedir sin razón (compárese Lucas 6:30). y al que quisiere tomar de ti prestado,—Aunque esta palabra significa clásicamente entregar dinero como fianza o por interés, sin embargo, como éste no era el sentido original de la palabra y como la usura era prohibida entre los judíos (Éxodo 22:25, sig.), lo que el Señor significa aquí es simplemente el prestar, como en verdad lo da a entender el sentido general de la exhortación. Esto muestra que tales consejos como “no debáis nada” (Romanos 13:8), no deben ser tomados en un modo absoluto; de otro modo, el encomio de las Escrituras en favor de los justos por “prestar” a los hermanos necesitados (Salmo 37:36; Salmo 112:5; Lucas 6:37) no tendría aplicación. no se lo rehuses—una expresión gráfica en contra de un rechazo cruel para auxiliar a un hermano que se encuentre en necesidad.

El Mismo Tema: El Amor a los Enemigos (vers. 43-48).

43. Oísteis que fué dicho (Levítico 19:18): Amarás a tu prójimo—A esto los maestros corrompidos añadieron: y aborrecerás a tu enemigo—como si lo uno fuese una legítima inferencia de lo otro, en vez de ser una detestable interpolación, como Bengel con indignación lo declara. Lightfoot cita algunas máximas abominables que eran inculcadas por los tradicionistas judíos respecto al trato que debía darse a todos los gentiles. No es extraño que los romanos acusasen a los judíos de odiar a la raza humana.

44. Mas yo os digo: Amad a vuestros enemigos—La palabra que se emplea aquí, denota amor moral, en contraste con la otra palabra que expresa afecto personal. Generalmente aquélla denota sentir complacencia por el carácter de la persona amada; pero aquí significa abrigar deseos benignos y compasivos para el bien de los demás. bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen, y orad por los que os ultrajan y os persiguen—El mejor comentario de estos consejos inigualables, es el brillante ejemplo de aquel que los dió (Véase 1 Pedro 2:21; y compárese Romanos 12:20; 1 Corintios 4:12; 1 Pedro 3:9). Pero, aun cuando tales preceptos nunca antes habían sido expresados, y quizás ni siquiera concebidos con tanta amplitud, precisión y claridad como aquí, el Señor al expresarse así, no es sino el incomparable Intérprete de la ley vigente desde el principio; y éste es el único punto de vista satisfactorio del contenido de este discurso.

45. Para que seáis hijos de vuestro Padre que está en los cielos—El significado de esta expresión es: Para que podáis mostrar que sois hijos de Dios por el parecido que tenéis con él (Compárese v. 9, y Efesios 5:1). que hace que su sol salga—El sol de vuestro Padre. Bien podría Bengel exclamar: “¡Magnífica apelación!” sobre malos y buenos, y llueve sobre justos e injustos—Cuando hallamos el proceder de Dios presentado como ejemplo para ser imitado, en la ley, y mucho más en los profetas (Levítico 19:2; Levítico 20:26, y compárese 1 Pedro 1:15), podemos ver que el principio que se halla en este versículo sorprendente no era nada nuevo; sin embargo, el estilo del mismo es ciertamente el de uno que habló como ningún otro habló.

46. Porque si amareis a los que os aman, ¿qué recompensa tendréis? ¿no hacen también lo mismo los publicanos?—Los publicanos, por ser recaudadores de los impuestos que se pagaban a los romanos, eran siempre odiosos para los judíos, quienes se sentían intranquilos bajo el yugo extranjero y les disgustaba cualquier cosa que les recordara esa situación desagradable. Pero la extorsión que practicaban los publicanos los hizo aborrecibles ante la comunidad, y en el lenguaje común eran puestos al mismo nivel de las “rameras”. Ni siquiera el Señor tuvo escrúpulos al decir de ellos lo que otros decían, por lo cual podemos estar seguros de que nunca lo habría hecho si hubiera sido una calumnia. El significado de este versículo por lo tanto, es el siguiente: “Si amareis a los que os aman, no estáis comprobando que éste sea un principio superior; el peor de los hombres haría lo mismo; aun un publicano lo hace.”

47. Y si abrazareis a vuestros hermanos solamente—a los de vuestra propia nación y religión—¿qué hacéis demás?—¿Qué hay en ello de excepcional y extraordinario? Es decir, ¿dónde está vuestra excelencia? ¿no hacen también así los Gentiles?—La lección correcta aquí parece ser: “¿No hacen lo mismo los paganos?” (Compárese capítulo 18:17, donde la persona expulsada de la comunión de la iglesia, se dice que viene a ser como un “étnico y publicano”).

48. Sed, pues, vosotros—Más bien: “Vosotros seréis”, o “Vosotros habréis de ser”, por ser mis discípulos y estar en mi reino, perfectos—o “completos”. Evidentemente el Señor habla aquí no de grados de excelencia, sino de la clase de excelencia que había de distinguir a sus discípulos y caracterizar a su reino. Por lo tanto, cuando añade como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto—se refiere a esa perfección gloriosa y universal que se encuentra en el divino modelo, “el Padre que está en los cielos”.

Continúa después de la publicidad