v. 17. El hombre misericordioso hace bien a su propia alma, es decir, si practica la benevolencia, manifiesta verdadera bondad hacia los demás, de ese modo beneficia su propia alma, concediéndole el Señor mismo como recompensa; pero el que es cruel perturba su propia carne, porque Dios castiga la conducta cruel y de corazón duro con un castigo severo.

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