v. 18. Castiga a tu hijo mientras haya esperanza, corrigiéndolo, si es necesario, con castigos corporales, y no dejes que tu alma perdone su llanto, literalmente, "y a su muerte no levantes tu alma"; la sabiduría y el amor deben conocer y observar la medida adecuada del castigo, sabiendo al mismo tiempo que hay una bondad cruel, que mata al retener la corrección oportuna.

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