Castiga a tu hijo mientras haya esperanza antes de la costumbre en el pecado, y tu indulgencia lo ha vuelto insensible e incorregible; y no dejes que tu alma perdone su llanto. Absténgase de darle la debida y necesaria corrección, a través de una piedad necia y destructiva, excitada por sus lágrimas y gritos; porque mejor es que clame bajo tu vara, que bajo la espada del magistrado, o, lo que es más temible, la de la venganza divina.

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