El Señor redime el alma de sus siervos, haciéndolos, finalmente, poseedores de la salvación eterna; y ninguno de los que en él confían será desolado, ya que la culpa de sus pecados no les será imputada, y por tanto no serán condenados al castigo eterno. Con nuestros pecados imputados a Jesucristo y Su justicia imputada a nosotros, estamos a salvo en el Juicio Final, seguros de la bienaventuranza eterna y la gloria en el cielo.

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