Jeremias 26:1-44

1 En el principio del reinado de Joacim hijo de Josías, rey de Judá, vino esta palabra del SE — OR, diciendo:

2 “Así ha dicho el SE — OR: ‘Ponte de pie en el atrio de la casa del SEÑOR y habla todas las palabras que te he mandado que hables, a todos los de las ciudades de Judá que vienen para adorar en la casa del SEÑOR. No omitas ni una sola palabra;

3 quizás oigan y se vuelvan, cada uno de su mal camino, y yo desista del mal que he pensado hacerles por causa de la maldad de sus obras’.

4 Les dirás que así ha dicho el SEÑOR: ‘Si no me escuchan para andar en mi ley, la cual he puesto delante de ustedes,

5 ni escuchan las palabras de mis siervos los profetas que persistentemente les he enviado (a los cuales no han escuchado),

6 entonces haré a este templo como hice al de Silo y expondré esta ciudad como una maldición ante todas las naciones de la tierra’ ”.

7 Los sacerdotes, los profetas y todo el pueblo oyeron a Jeremías hablar estas palabras en la casa del SEÑOR.

8 Pero sucedió que cuando Jeremías terminó de decir todo lo que el SEÑOR le había mandado que hablara a todo el pueblo, lo apresaron los sacerdotes, los profetas y todo el pueblo, diciendo: “Irremisiblemente morirás.

9 ¿Por qué has profetizado en nombre del SEÑOR, diciendo: ‘Este templo será como Silo, y esta ciudad será destruida hasta no quedar habitante en ella’?”. Y todo el pueblo se congregó contra Jeremías en la casa del SEÑOR.

10 Cuando los magistrados de Judá oyeron estas cosas, subieron de la casa del rey a la casa del SEÑOR y se sentaron a la entrada de la puerta Nueva de la casa del SEÑOR.

11 Entonces los sacerdotes y los profetas hablaron a los magistrados y a todo el pueblo, diciendo: — ¡Este hombre merece la pena de muerte, porque ha profetizado contra esta ciudad, como ustedes lo han oído con sus propios oídos!

12 Entonces Jeremías habló a todos los magistrados y a todo el pueblo, diciendo: — El SEÑOR me ha enviado para profetizar contra este templo y contra esta ciudad todas las palabras que han oído.

13 Ahora pues, corrijan sus caminos y sus obras, y escuchen la voz del SEÑOR su Dios, y el SEÑOR desistirá del mal que ha hablado contra ustedes.

14 Y en lo que a mí respecta, he aquí estoy en las manos de ustedes: Hagan de mí como mejor y más recto les parezca.

15 Pero sepan con certeza que si me matan, echarán sangre inocente sobre ustedes, sobre esta ciudad y sobre sus habitantes. Porque en verdad el SEÑOR me ha enviado para decir todas estas palabras en sus oídos.

16 Entonces los magistrados y todo el pueblo dijeron a los sacerdotes y a los profetas: — Este hombre no merece la pena de muerte, porque ha hablado en nombre del SEÑOR, nuestro Dios.

17 Luego se levantaron algunos hombres de los ancianos del país y hablaron a toda la asamblea del pueblo, diciendo:

18 — Miqueas de Moréset profetizaba en tiempos de Ezequías, rey de Judá. Él habló a todo el pueblo de Judá, diciendo: “Así ha dicho el SEÑOR de los Ejércitos: ‘Sion será arada como campo. Jerusalén será convertida en un montón de ruinas; y el monte del templo, en cumbres boscosas’”.

19 ¿Acaso Ezequías, rey de Judá, y todo Judá lo mataron? ¿Acaso no temió al SEÑOR e imploró el favor del SEÑOR, y el SEÑOR desistió del mal que había hablado contra ellos? Nosotros estamos haciendo un mal grande contra nosotros mismos.

20 Hubo también un hombre que profetizaba en nombre del SEÑOR: Urías hijo de Semaías, de Quiriat-jearim, el cual profetizó contra esta ciudad y contra esta tierra, conforme a todas las palabras de Jeremías.

21 El rey Joacim, todos sus valientes y todos sus magistrados oyeron sus palabras, y el rey procuró matarlo. Pero Urías se enteró, tuvo miedo y huyó, y se fue a Egipto.

22 El rey Joacim envió a Egipto unos hombres: a Elnatán hijo de Acbor y a otros hombres con él.

23 Ellos sacaron a Urías de Egipto y lo llevaron al rey Joacim, quien lo mató a espada y echó su cadáver en los sepulcros de la gente del pueblo.

24 Pero la mano de Ajicam hijo de Safán estaba con Jeremías, para que no lo entregaran en mano del pueblo para matarlo.

Olvido ingrato

Jeremias 2:1 ; Jeremias 26:1 ; Jeremias 27:1 ; Jeremias 28:1 ; Jeremias 29:1 ; Jeremias 30:1 ; Jeremias 31:1 ; Jeremias 32:1

Dios consideraba a Israel como Su esposa, que había respondido a Su amor, o como un viñedo y un campo de maíz de los que se esperaba que dieran sus primeros frutos en respuesta al cuidadoso cultivo del propietario. ¿Por qué no habían respondido? Para la respuesta, cuestionemos nuestros propios corazones. ¡Qué maravillas de perversidad y decepción somos! ¿Quién puede comprender o sondear la razón de nuestra pobre respuesta al amor anhelante de Cristo? Los paganos, en su puntillosa devoción y sus generosos sacrificios en sus santuarios de ídolos, bien pueden avergonzarnos.

La raíz del mal se revela en Jeremias 2:31 . Nos gusta ser señores, asumir y mantener el dominio de nuestra vida. Pero Dios ha sido cualquier cosa menos un desierto para nosotros. Nos ha dado ornamentos, y debemos a su gracia las vestiduras de justicia que nos ha puesto. A cambio, lo hemos olvidado innumerables días, Jeremias 2:32 . Pidámosle que nos llame de regreso, no más, que nos atraiga con las cadenas del amor.

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