Proverbios 5:1-14

1 Hijo mío, pon atención a mi sabiduría, y a mi entendimiento inclina tu oído;

2 para que guardes la sana iniciativa, y tus labios conserven el conocimiento.

3 Los labios de la mujer extraña gotean miel y su paladar es más suave que el aceite;

4 pero su fin es amargo como el ajenjo, agudo como una espada de dos filos.

5 Sus pies descienden a la muerte; sus pasos se precipitan al Seol.

6 No considera el camino de la vida; sus sendas son inestables y ella no se da cuenta.

7 Ahora pues, hijos, óiganme y no se aparten de los dichos de mi boca.

8 Aleja de ella tu camino y no te acerques a la puerta de su casa,

9 no sea que des a otros tu honor y tus años a alguien que es cruel;

10 no sea que los extraños se sacien con tus fuerzas, y los frutos de tu trabajo vayan a dar a la casa de un desconocido.

11 Entonces gemirás al final de tu vida, cuando tu cuerpo y tu carne se hayan consumido.

12 Y dirás: “¡Cómo aborrecí la disciplina y mi corazón menospreció la reprensión!

13 No escuché la voz de mis maestros, y a los que me enseñaban no incliné mi oído.

14 Casi en todo mal he estado, en medio de la sociedad y de la congregación”.

¡Arenas movedizas! ¡Alejarse!

Proverbios 5:1

Es motivo de gran agradecimiento que la Biblia, que es el libro de Dios y no del hombre, trate con tanta fuerza y ​​sabiduría un gran mal que se ha manifestado en todas las épocas y en todos los estados de la sociedad. Habla con valentía y claridad; y todos los que mediten en su enseñanza con un corazón lleno de oración, se salvarán de muchas trampas dolorosas. Si caemos será solo por habernos negado a escuchar la voz que nos habla desde párrafos como estos.

La única gran precaución que todos debemos observar es el control de nuestros pensamientos. El alma nunca debe permanecer abierta a la marea de pensamientos sugerentes que irrumpen en su playa. Como antaño, el atalaya mantenía la puerta de la ciudad medieval tan pronto como caía la oscuridad, así la pureza de Dios debe vigilar y vigilar en la puerta de los ojos, la puerta de los oídos y la puerta del tacto, no sea que algún emisario del mal logre entrar y traicionar la ciudadela. Deja que Cristo sea el custodio de tu alma, ya seas hombre o mujer, viejo o joven, y deja que te imparta su propia pureza divina y humana.

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