El fin sin fin del mal ha pasado antes de la visión del vidente, y ahora observa el orden resultante. Aparece la ciudad santa. Hacia una ciudad de Dios, los hombres habían mirado a lo largo de generaciones. Ahora se manifiesta. Dios viene a morar con los hombres. Hay un nuevo orden de cosas, caracterizado por la risa sin lágrimas, la vida sin muerte, el canto sin lamento, el contento sin llorar, el placer sin dolor.

Mientras Juan contemplaba la visión, escuchó una voz que decía: "He aquí, hago nuevas todas las cosas", y se le encargó que escribiera. Todas las cosas suceden, porque Él es el Alfa y la Omega.

Como uno de los ángeles que tenían las siete copas había convocado al vidente para que contemplara a la gran ramera, así ahora el mismo, u otro de los siete ángeles, lo convocó para contemplar a la Esposa en la gloria de la gran ciudad. Radiante de hecho es la revelación. Es una ciudad de exclusión, con una muralla grande y alta; y de inclusión, teniendo puertas que se abren en todas direcciones. Los nombres de las tribus en las puertas sugieren los variados temperamentos de la vida humana purificada como incorporada en el nuevo orden social.

Los nombres de los apóstoles del Cordero en los cimientos significan que el servicio del sufrimiento ha sido el fundamento mismo sobre el que se construyó la ciudad. No se encuentra ningún templo de adoración localizada, pero la presencia de Dios se conoce y se siente en todas partes. Más allá de la ciudad está la tierra nueva, con naciones y reyes caminando a la luz de la gloria de Dios. Quedan excluidas todas las cosas inmundas.

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