El primer versículo del capítulo nos da la clave de lo que sigue: "Y vi un cielo nuevo (además de los cielos reales) y una tierra nueva, porque el primer cielo y la primera tierra pasaron, y el mar ya no existe".

Esta referencia al paso de la tierra y los cielos antiguos es suficiente para mostrar que estamos tratando con cosas más allá de la resurrección y el juicio final.

Encontramos en II Pedro, capítulo 3, una referencia similar. El día del Señor vendrá como ladrón, los cielos pasarán, la tierra será quemada; sin embargo, esperamos, según su promesa, cielos nuevos y tierra nueva, en los cuales mora la justicia. Es muy probable que Pedro se esté refiriendo a este capítulo veintiuno de Apocalipsis; sin embargo, están de acuerdo en cuanto a los hechos, al colocar los nuevos cielos y la tierra después de que los primeros hayan "pasado" o hayan sido "quemados". Aquí está la antítesis evidente entre lo que llamamos "este mundo" y el "próximo mundo".

Que no haya "más mar", expresa adecuadamente una condición de la vida celestial. El mar para los antiguos no era tanto expresivo de majestuosidad y grandeza, como algo peligroso, destructivo, inquieto. Isaías dice: "Los impíos son como el mar agitado que no puede descansar, cuyas aguas arrojan cieno y suciedad". Pero esa vida celestial será tranquila y pacífica, sin tormentas que estallar, sin peligros extraños que acechen y amenacen.

Qué cambios cósmicos están involucrados en la concepción aquí presentada, qué reconstrucción siderial y sistémica, es un tema que no está involucrado en la interpretación de este libro y sobre el cual es prudente no especular.

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