El discurso que comenzó en el capítulo doce continúa con advertencias cuidadosamente expresadas contra la idolatría, y es muy llamativo observar cómo se protegieron las formas en que podrían ser seducidos de la adoración pura de Jehová a la adoración falsa de ídolos.

Primero, existiría el peligro de la curiosidad y, por lo tanto, se les encargó que no investigaran sobre dioses falsos. En segundo lugar, habría un peligro de señales y prodigios realizados por falsos profetas. No se debe permitir que tal señal o maravilla los aleje de la adoración pura de Jehová y, de hecho, cualquier obra de esas señales fue declarada culpable de muerte.

En tercer lugar, con toda probabilidad se presentaría la tentación de algún lazo de sangre o amistad. Todos estos deben ser severamente protegidos, y cualquiera que sea seducido de cualquier manera debe ser asesinado sin piedad.

Una vez más se correría el peligro de la falta de disciplina en estos mismos asuntos y se encargó al pueblo que tomara medidas activas contra los seductores y los seducidos. La importancia de estas severas disposiciones se entenderá al recordar que el culto de un pueblo determina para siempre su carácter y su conducta.

Continúa después de la publicidad
Continúa después de la publicidad