Continuando, Moisés procedió a dar los mandatos que revelaban su conciencia de este efecto de la adoración en la conducta, advirtiendo al pueblo contra males específicos y exhortándolos nuevamente a observar los asuntos ordenados por la ley.

En este capítulo encontramos ante todo su advertencia contra la seducción del dolor. La gente de la tierra estaba acostumbrada a mutilarse en la locura de su dolor por la muerte de sus amigos. Toda esa mutilación estaba estrictamente prohibida al pueblo elegido para ser un pueblo santo para el Señor.

A continuación, en orden, siguió instrucciones cuidadosas sobre la alimentación, con diferenciación entre cosas limpias e inmundas. Disposiciones como estas durante mucho tiempo se consideraron totalmente caprichosas, el resultado de meras supersticiones entre el pueblo hebreo. Hoy en día, encontramos hombres de ciencia acercándose cada vez más a las enseñanzas de Moisés en sus puntos de vista sobre el tema de la dieta humana. No hay duda de que cada disposición estaba en estricta conformidad con las leyes de la salud, condicionadas por supuesto por el clima y las condiciones existentes en esa tierra.

Finalmente, el capítulo contiene las instrucciones de Moisés sobre el diezmo. Se advirtió al pueblo que no lo descuidara y se insistió en que debían presentar personalmente el diezmo en el lugar designado por la ley. Si vivían demasiado lejos para llevar el producto, lo convertirían en dinero, que podría llevarse más fácilmente a largas distancias.

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