Luego se dio la disposición de las tribus en relación con el santuario. En el norte de la tierra sagrada, Dan, Aser, Neftalí, Manasés, Efraín, Rubén y Judá iban a encontrar sus posesiones, y en ese orden de norte a sur. En la tierra sagrada misma, en el mismo centro, se encontraba el santuario, y la posesión de los sacerdotes estaba inmediatamente a su alrededor. Al norte de la tierra del santuario y de los sacerdotes, estaba la posesión de los levitas, mientras que al sur estaba la ciudad y sus tierras adyacentes.

Al oriente y al occidente de todos estos estaba la porción de los príncipes. Luego, al sur de la tierra sagrada estaban las porciones de Benjamín, Simeón, Isacar, Zabulón, Gad, y en ese orden de norte a sur.

La última visión concedida a Ezequiel fue la de la ciudad al sur de la tierra sagrada, que tenía tres puertas hacia cada uno de los puntos del compás, en las que estaban inscritos los nombres de las tribus de Israel.

Las últimas palabras de este profeta de esperanza anunciaron el nombre de la ciudad, "Jehová-Shammah", que significa: "El Señor está allí". Así, el testigo solitario de la gloria de Dios, exiliado en Babilonia, se regocijó "en la esperanza de la gloria de Dios".

Es una terminación adecuada y exquisita para este libro tan maravilloso. Ezequiel había sido arrestado e inspirado por visiones de la gloria esencial de Dios, que solo pudo describir en términos llenos de majestuosa sugestión, que incluso hasta el día de hoy leemos con gran reverencia y asombro. Había observado la reprobación de su pueblo y había visto que en su punto más profundo consistía en el hecho de que Jehová se había apartado de ellos.

A través de todas las nubes y tinieblas en medio de las cuales vivía, había contemplado la restauración del pueblo, y había visto que consistía en el regreso de Jehová a su medio, y toda la carga de su mensaje terminaba con la sencillez y palabra sublime, "Jehová está allí".

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