En este punto comienza el movimiento histórico real hacia la venida del Redentor. Un hombre fue llamado a la realización del verdadero principio de la vida. La llamada fue personal y con un propósito. A Abram se le ordenó romper los lazos de todas las asociaciones pasadas y seguir adelante, gobernado completamente por la voluntad de Dios. El elemento personal está claramente marcado en las palabras: "Vete ... te mostraré ... haré de ti ... te bendeciré". No obstante, fue una llamada intencionada. El ir personal iba a resultar en la creación de una nación a través de la cual todas las naciones de la tierra serían bendecidas.

La obediencia de Abram fue inmediata. Al llegar a la tierra, Dios se le apareció de nuevo y declaró que esa tierra sería entregada a su descendencia. Todas las apariencias de la hora estaban en contra de la posibilidad del cumplimiento de esa promesa, porque "el cananeo estaba entonces en la tierra". La fe venció a pesar de las apariencias cuando Abram levantó su tienda, un signo de posesión, y construyó su altar, un símbolo de lealtad.

Una vez más nos enfrentamos al fracaso humano en el desvío de Abram de la vida de fe. En presencia de la hambruna, intentó asegurarse su propia seguridad yendo a Egipto. Como resultado de esto, tenemos la sorprendente imagen de la madre elegida de la Simiente prometida en el harén del Faraón. Sin embargo, Dios protege el tema más amplio de Su propósito contra los errores del instrumento, y al plagar la casa de Faraón provocó la liberación de Abram.

Siempre es algo humillante cuando un hombre de fe que defiende el principio y el propósito de Dios es reprendido por alguien fuera del pacto por falta de lealtad a la verdad. Sin embargo, esto es exactamente lo que sucedió en el caso de Abram.

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