La historia anterior deja en evidencia que el principio de fe es la verdadera filosofía de vida. Se basa en Dios y está satisfecho con él. Por tanto, se convierte en la fuente de toda justicia. La fe, por tanto, es la actividad más elevada de la razón.

Todo esto se destaca con una viveza aún más sorprendente en contraste con la historia contenida en este capítulo. Aquí tenemos el relato de la segunda desviación de la fe en la conducta de Abram. Es triste y el problema del fracaso continuó a lo largo de la siguiente historia. El fracaso de la fe consistió en que Abram intentó, por instigación de Sarai, promover los propósitos de Dios mediante la astucia y la inventiva humana. La semilla fue prometida y cuando no parecía probable que la promesa se cumpliera a nivel humano, se desvió de la línea divina para hacer crecer la semilla a través de Agar.

La cosecha de esta locura Abram comenzó a cosechar casi de inmediato en la división de su propia casa y la amargura que surgió entre Sarai y Agar, y la última huida de Agar a través del duro trato de Sarai con ella. El resultado de gran alcance se encuentra en la historia de la posteridad de Ismael como una fuente constante de problemas para la posteridad de Isaac. Donde la fe falla, se produce el mal, cuyos problemas son de gran alcance.

Sin embargo, hay una parte muy hermosa de esta historia en la ternura de Dios hacia Agar, la agraviada; y en su reconocimiento de Él y en el consecuente nombre del pozo en el desierto por el cual con toda probabilidad se había hundido exhausta. Se llamaba "Beer-lahai-roi", es decir, "El pozo del Viviente que me ve".

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