El relato de la muerte de Abraham está lleno de belleza. Había pasado su vida en el reino de lo sobrenatural, la región de la visión, el poder de lo espiritual. Todo se resume en las palabras que declaran que murió, "anciano y lleno". Su vida estaba satisfecha y completada. Había comenzado a buscar una tierra y fundar una nación. Murió sin ninguna posesión más que una tumba, y sin vista de su posteridad más que su hijo Isaac y sus nietos Esaú y Jacob. Sin embargo, murió "lleno", es decir, satisfecho.

En este capítulo comienza la sección que trata más especialmente de la vida de Isaac. Se registran dos apariciones divinas que le fueron concedidas y en cada caso fueron para ratificación. Su fe fue siempre pasiva en lugar de activa y produjo descanso en lugar de iniciación.

En el relato del nacimiento de Esaú y Jacob, los hermanos se colocan en fuerte contraste; el primero salvaje y romántico; el segundo, como dice el margen, "inofensivo" o "perfecto", un habitante de tiendas de campaña. Esta es una declaración interesante al comienzo de una historia en la que se verá tanto de Jacob que es mezquino y despreciable. Aquí, sin embargo, está la verdad sobre él.

La degeneración en el carácter de Isaac está evidentemente marcada en la declaración de que su amor por Esaú fue causado por comer el venado de Esaú. Ni Esaú ni Jacob deben ser admirados. El profano, que permitió que el lado inferior de su naturaleza lo dominara, vendió su primogenitura para apaciguar el hambre física; el otro aprovechó ese hambre para obtener la primogenitura.

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