Con el pensamiento del juicio, y la necesidad del mismo todavía en mente, el profeta pronuncia su gran denuncia. Esto se divide en tres partes.

El primero es un canto de acusación. Mediante la sencilla y familiar ilustración de los derechos del propietario de su viña, el profeta apela a la gente que escucha. La naturaleza de la parábola es tal que los obliga a asentir a la rectitud del juicio indicado. El profeta inmediatamente hace una aplicación contundente de su cántico al declarar que "la viña de Jehová de los ejércitos es la casa de Israel, y los hombres de Judá su planta deleitosa".

Luego procede a proferir ayes contra los pecados prevalecientes de la época. El primero es contra el monopolio y la consiguiente opresión de los pobres; el segundo, contra la vida de disipación que vivían los gobernantes; el tercero, contra esa incredulidad que persiste en la iniquidad y se burla de la idea de la intervención divina; el cuarto, contra esa confusión moral que es incapaz de distinguir entre el bien y el mal; el quinto, contra la falsa sabiduría que actúa sin referencia a Dios; el sexto, contra la perversión de la justicia por parte de los jueces.

Finalmente describe el instrumento de juicio. La inspiración del juicio es la ira de Jehová, que llama a un pueblo de lejos. A continuación, se describen en su perfecto equipamiento, en su terrible fiereza y en la abrumadora impetuosidad de su embestida.

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