La absoluta necesidad de la más estricta separación del sacerdote de toda posibilidad de contaminación se establece vívidamente en las leyes aquí enunciadas. De pie, como siempre lo hizo, en un lugar de especial cercanía a Dios como el mediador designado del pueblo, debe, entre todos los hombres, manifestar en todos los aspectos externos de la vida y conducir las características de esa santidad sin la cual ningún hombre puede ver al Señor. Estaba estrictamente prohibido contaminarse por contacto con los muertos en cualquier forma.

Las únicas excepciones permitidas fueron en los casos de sus familiares más cercanos. En el caso del sumo sacerdote, ni siquiera se permitían tales excepciones. No debe tocar a una persona muerta, aunque sea el padre o la madre.

La necesidad de rectitud dentro de su familia se revela en la única declaración llameante de que si la hija de un sacerdote se contamina, profana a su padre y debe ser quemada con fuego.

Además, se dispuso que ningún inválido de ningún tipo debería ejercer el oficio sacerdotal. El acercamiento a Dios requería la perfección en todo el hombre, y en la medida en que era posible revelarlo mediante símbolos externos, se hacía en el caso del sacerdote. Un tierno reconocimiento del hecho de que no se puede culpar al hombre en el asunto del defecto se encuentra en la provisión de que pueda comer del pan de Dios, pero no debe ofrecerlo.

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