Las instrucciones ya dadas ahora se repiten con mayor detalle y aplicación más amplia. El sacerdote mismo no solo debe estar libre de mancha y contaminación, debe asegurarse de que todo lo que ofrezca sea del mismo carácter. Una vez más, no debía ser hospitalario con los inmundos o ajenos al pacto de las cosas que pertenecían a la Casa de su Dios.

Estas estrictas instrucciones concluyeron con una reafirmación de la razón, que se había dado en otras conexiones: "Yo soy Jehová ... Seré santificado entre los hijos de Israel". Por lo tanto, a estas personas nunca se les permitió perder de vista el hecho de que el propósito más profundo de su existencia era la manifestación de la verdad acerca de Dios. Toda la degradación existente entre las naciones se debió a las falsas ideas de Dios que caracterizaron su vida y adoración.

Jehová es el Dios de santidad porque es esencialmente el Dios de amor. Estas son las cosas más profundas que las naciones pueden aprender. Un pueblo creado para su manifestación debe compartir esa santidad y ese amor. De ahí la absoluta necesidad de total lealtad en la vida personal y conducta relativa de los hombres que han de interpretar a las naciones circundantes la verdad acerca de Dios.

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