Al enviar a sus apóstoles, les dio poder y autoridad. Salieron sin ninguna provisión para el viaje más que las cosas del equipo espiritual. Los rumores del ministerio y el poder que ejercían llegaron a Herodes, y se llenó de miedo. Los apóstoles regresaron de su primera misión y nuestro Señor los llevó a Betsaida, donde realizó la maravilla de alimentar a la multitud. De una manera notable, esa alimentación es una ilustración parabólica del método por el cual quienes le sirven deben alcanzar las necesidades de la humanidad. Su deber es entregarle todo lo que tienen y luego obedecerle, sin importar cuán mera prudencia y sabiduría mundana puedan cuestionar el método.

En este punto, nuestro Señor inició la segunda etapa del entrenamiento de los discípulos. En respuesta a Su pregunta, uno de ellos confesó plenamente la gloria de Su mesianismo. Luego comenzó a mostrarles la necesidad de la Cruz. No lograron captar el significado de la revelación.

La siguiente escena que tenemos es de tres de ellos siendo llevados al monte, y mirándolo en Su gloria transfigurada, y descubriendo que allí, en conversación con Moisés y Elías, Él estaba hablando de esa misma Cruz.

Al descender al valle, vemos primero a los discípulos golpeados por la posesión demoníaca, y luego al Señor ejerciendo Su autoridad y poder para liberar al niño de esa posesión.

El capítulo se cierra con ilustraciones que muestran que al seguir a Jesús no debe haber concesiones ni demoras.

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