Este capítulo es uno de los más sublimes y horribles de todo el volumen inspirado. Registra las últimas palabras de Jesús a las multitudes. Resumió, alcanzó su veredicto, pronunció sentencia.

Es terrible en su majestad, terrible en su fuerza irresistible. Con qué implacable persistencia e infalible precisión reveló la verdadera condición de los líderes del pueblo, su ocupación con las externalidades y la mezquindad, y su descuido de los hechos internos y los asuntos más importantes.

Aquí, de hecho, si es que alguna vez, tenemos "pensamientos que respiran y palabras que arden". Uno casi puede sentir la fuerza fulminante de Su fuerte y poderosa indignación, indignación dirigida, no contra el pueblo, sino contra sus falsos guías. Y, sin embargo, detrás de todo está Su corazón, y los "ayes" se funden en un lamento de agonía, el llanto de una madre por su hijo perdido.

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