Moisés escribió un relato de los vagabundeos del pueblo en el desierto por mandato expreso de Dios. Aparece como una lista de nombres desnuda y poco interesante y, sin embargo, cuenta la historia de un pueblo guiado por Dios a través de la disciplina. En el transcurso de ella hay destellos ocasionales de luz, revelaciones de experiencias variadas pero de guía invariable. A través de la sombra y la luz del sol, a través de la prueba y el triunfo, por caminos que fueron llenos de gracia, fueron guiados con fidelidad incesante por Dios.

Por lo tanto, se nos enseña que, aunque castiga, continúa conduciendo, y cuando por nuestra propia incredulidad tenemos que pasar por los senderos del desierto, nunca nos abandona.

A este relato le sigue un registro de la solemne acusación al pueblo en vista de su inminente posesión de la tierra. Debían entrar por designación divina y el propósito del cual era ser una manifestación de Dios y de la perfección de Su gobierno. Por lo tanto, cuando entraban en la tierra, todo rastro de adoración falsa debía desaparecer dondequiera que se encontrara. Además, la tierra debía dividirse equitativamente entre ellos.

La acusación fue acompañada de advertencias pronunciadas en términos simples y, sin embargo, muy solemnes y penetrantes. Tolerar y permitir que permanezca lo que Dios ha ordenado que sea expulsado sería retener lo que en sí mismo sería una fuente de continuas dificultades y sufrimientos. La palabra más solemne de todas fue la última pronunciada. “Y sucederá que, como pensé hacer con ellos, así haré con ustedes.

"En estas palabras se revela un principio permanente, que la elección de Dios para la bendición nunca es de personas sin referencia a la conducta, sino más bien del carácter que se expresa en obediencia a su voluntad.

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