Esta es una canción de memoria. En medio de las circunstancias de la restauración, el cantante recuerda los días de cautiverio y dolor. La imagen es gráfica. Babilonia estaba lejos de su propia tierra, y muy alejada en todos los sentidos de la ciudad de Dios y del templo de Jehová. Todo su esplendor material fue notado para las almas cautivas que aún eran fieles a Jehová. Allí se sentaron, con arpas colgadas, en silencio, sobre los sauces, y lloraron.

Sus burlones captores les pidieron que cantaran. Querían divertirse con estas personas de una religión extraña, y la petición era en sí misma un insulto a su fe. Era imposible y se negaron a cantar la canción de Jehová. Haberlo hecho habría sido jugar al traidor de su propia ciudad perdida y de todo lo que representaba su ciudadanía. La oración de venganza debe ser interpretada por la primera parte del canto, con su revelación del trato recibido.

Por supuesto, también debe ser interpretado por la época en que vivieron. Nuestros tiempos son diferentes. Tenemos más luz. Y, sin embargo, es bueno recordar que el sentido más profundo de la justicia todavía hace que el castigo sea algo necesario en la economía de Dios. Esa concepción de Dios que niega la equidad de la retribución es débil y falsa.

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