Este es el tercero de los que se conocen como salmos penitenciales. Las circunstancias de la cantante fueron de lo más angustiosas. Padecía una terrible enfermedad física, abandonado por sus amigos y perseguido por sus enemigos. La amargura más profunda de su alma fue causada por su abrumadora sensación de contaminación moral. Reconoció que todos sus sufrimientos eran reprensiones y castigos de Jehová por su pecado. Este sentimiento de pecado lo aplastó y en su angustia clamó a Jehová.

El uso de los nombres y títulos divinos en este salmo es interesante. El primer grito de ayuda es a Jehová. Cuando expresa su queja sobre la deserción de amigos y la persecución de enemigos, el cantor se dirige al Señor como el Ser supremo. En su apelación final, comienza y termina con Jehová, el Señor y Dios. Todos los cimientos parecen haber cedido bajo sus pies, y con profunda contrición y esfuerzo desesperado se esfuerza por aferrarse a Dios en todos los hechos de Su ser. En esto tenía razón, porque un caso tan desesperado exige la ayuda, el gobierno, el poder de Dios. Bendito sea su nombre para siempre; todos están a nuestra disposición.

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