1 Juan 2:15

El mundo y el padre.

I.Mientras San Juan mira con ánimo y esperanza a los jóvenes, mientras ve en ellos la fuerza del tiempo que es así como del que está por venir, él también está plenamente vivo y desea que lo hagan. estar vivo, ante el peligro de su nueva posición. Pueden olvidar la casa de su Padre celestial, así como cualquier niño puede olvidar la casa de su padre terrenal. Y la causa será la misma.

Las atracciones del mundo exterior, las atracciones de las cosas que hay en este mundo, es probable que pongan un gran abismo entre un período de su vida y otro; éstos pueden hacer que el amor del Padre no esté en ellos. Deben tener cuidado con el amor al mundo, porque, si los posee y los domina, seguramente perderán todo sentido de que alguna vez pertenecieron a un Padre, y que todavía son Sus hijos.

El amor del Padre debe prevalecer sobre esto, o nos sacará el amor del Padre. El amor del Padre por el mundo que ha creado nunca está ausente de la mente del Apóstol; no desea que nunca esté ausente de la mente de los jóvenes a los que escribe. Si continúan recordándolo, en nuevas circunstancias y en medio de nuevas pruebas conservarán la frescura de sus sentimientos infantiles; el hogar y la familia les serán más queridos que nunca.

II. He aquí, pues, buenas razones por las que los jóvenes no amarán al mundo ni las cosas que hay en el mundo. Porque si lo hacen, (1) su fuerza los abandonará; cederán el poder que hay en ellos a las cosas sobre las que se va a ejercer el poder; serán gobernados por aquello que deben gobernar. (2) A continuación, no tendrán ningún conocimiento real de estas cosas ni simpatía por ellas.

Los que aman el mundo, los que se entregan a él, nunca lo comprenden, nunca, en el mejor sentido, lo disfrutan; están demasiado a su nivel sí, demasiado por debajo de él, porque lo admiran, dependen de él para ser capaces de contemplarlo y de apreciar lo más exquisito en él "El que hace el la voluntad de Dios permanece para siempre ". Se ha apegado a lo inmutable, lo eterno; pertenece a un orden que no puede desaparecer. Es el orden de Aquel de quien somos hijos; de Aquel que creó el mundo y todo lo que hay en él; de Aquel que amó al mundo y envió a Su Hijo a él para reclamarlo como Suyo.

FD Maurice, Las epístolas de San Juan, p. 117.

Referencias: 1 Juan 2:16 ; 1 Juan 2:17 . WJ Dawson, Christian World Pulpit, vol. xxxii., pág. 406; J. Keble, Sermones de la Septuagésima al Miércoles de Ceniza, pág. 230.

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