Génesis 28:16

En Betel, Jacob adquirió el conocimiento por sí mismo de la presencia real de un Dios personal. Sintió que él, una persona, un verdadero ser viviente, un alma razonable, estaba en verdad ante un ser infinito pero aún verdadero ante el Señor Todopoderoso. Entonces fue cuando el patriarca entró en la grandeza de su vocación y sintió por sí mismo la verdadera bienaventuranza de su herencia.

I. Este sentido vivo de la presencia de Dios con nosotros es un rasgo principal del carácter de todos Sus santos en cada dispensación. Este es el propósito de todos los tratos de Dios con cada hijo de Adán para revelarse a ellos y en ellos. Él enciende los deseos en pos de sí mismo; Él ayuda y fortalece la voluntad descarriada; Él cavila con amorosa energía sobre el alma; Él nos salvará si seremos salvos. Todos los santos de Dios aprenden lo cerca que Él está de ellos y se regocijan al saberlo. Aprenden a deleitarse en el Señor que les concede el deseo de sus corazones.

II. Observe, en segundo lugar, cómo se nos otorga esta bendición. Porque alrededor de nosotros, como alrededor de David, solo que en mucha mayor abundancia, están designados medios externos, por los cuales Dios tiene la intención de revelarse al alma. Este es el verdadero carácter de cada ordenanza de la Iglesia: todos son medios vivos de Su designación, por medio del cual Él se revela a los que tienen sed de Él. Usamos estos medios correctamente cuando a través de ellos buscamos a Dios. Su abuso consiste en descuidar descuidadamente estas cosas externas o en valorarlas por sí mismas y descansar en ellas, por cuyo abuso se convierten en maldiciones especiales.

S. Wilberforce, Sermones, pág. 66.

Referencias: Génesis 28:16 . Spurgeon, Sermons, vol. vii., Nº 401; Homiletic Quarterly, vol. iii., pág. 548. Génesis 28:16 ; Génesis 28:17 .

JB Mozley, Parochial and Occasional Sermons, pág. 28; WF Hook, Sermones sobre diversos temas, pág. 152; Arzobispo Thomson, Vida a la luz de la Palabra de Dios, p. 143. Génesis 28:16 . RS Candlish, Libro del Génesis, vol. ii., pág. 10.

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