Isaías 9:2

I. Una visión casi invariable que se nos revela a la sombra de la muerte es la imperecebilidad del pasado. Hay algo bueno en esta revisión del pasado. (1) Es bueno saber que tanto el pasado como el presente son reales; que nuestras obras yacen allí, imperecederas, dormidas, pero no muertas; que no podemos escondernos de ellos cuando despierten, ni apartarlos de nuestras vidas. (2) Las horas restantes de nuestro tiempo aquí es más probable que las encuentre y las ocupe con corazones serios. (3) Nada nos dispone más a escuchar los ofrecimientos de la misericordia divina que una visión clara e inequívoca del pasado real de nuestras vidas.

II. Otra visión más importante que se nos concede en caso de enfermedad grave es la visión del mundo en que vivimos empequeñecido en sus verdaderas proporciones. Esta es una gran vista. Es una ganancia para el alma de un hombre, incluso cuando no puede producirse ninguna mejora corporal. Es luz real para él en la tierra de las sombras. Porque si los cuidados y ansiedades de nuestros deberes diarios son desproporcionados, si la gran masa de ellos no es más real que sombras, es mejor que lo sepamos aquí, que pasar engañados y engañados a la presencia de Él desde cuyo rostro huyen todas las sombras.

III. Una tercera experiencia en una enfermedad grave es que, lejos de la resurrección de Cristo, no hay luz para el mundo venidero. Estamos privados de la luz humana. Nuestras amistades no nos ayudan aquí; nuestros libros nos despiden. La luz que una vez nos trajeron centellea detrás de nosotros como farolas en una orilla que se aleja gradualmente; y la convicción llega más y más clara a nuestro corazón de que la única luz para la sombra, la única luz que puede revelar el futuro, es la luz que arde sin consumir en la resurrección de nuestro Señor.

IV. La siguiente experiencia es la soledad del sufrimiento. Esta soledad es la sombra enviada para llevarnos a casa. Dios es nuestro hogar. En Él, ahora y aquí, vivimos y nos movemos. La sombra que nos separa de nuestro hogar terrenal pone al amigo y al compañero lejos de nosotros; pero es, eventualmente, para acercarnos a nuestro hogar en Él.

V. Para los hijos de Dios, la aflicción es en todo sentido un bien. Su sombra es un retiro para una visión renovada y más profunda del carácter y los propósitos de su Padre.

A. Macleod, Días del cielo sobre la tierra, pág. 262.

Referencias: Isaías 9:3 . FJ Austin, Christian World Pulpit, vol. xxviii., pág. 137; J. Pulsford, Contemporary Pulpit, vol. vii., pág. 233; Revista del clerigo, vol. v., pág. 155; H. Thompson, Concionalia: Schemas for Parochial Use, Second Series, pág. 14; TC Finlayson, Homiletic Quarterly, vol.

ii., pág. 523. Isaías 9:4 . EH Plumptre, Expositor, segunda serie, vol. ii., pág. 63; S. Cox, ibíd., Vol. 410. Isaías 9:5 . Preacher's Monthly, vol. iv., pág. 184.

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