Lucas 5:16

I. Cuando leemos en este y en tantos otros pasajes que nuestro bendito Señor en los días de Su carne ofreció oraciones a Dios, nos preocupa mucho que no aceptemos una explicación demasiado común sugerida de estas Sus oraciones. A veces se dice que Cristo nuestro Señor oró a modo de ejemplo, para poder enseñarnos el deber de la oración, y que sus oraciones no tenían otro propósito y significado que este.

Sin duda, Él fue nuestro ejemplo en este como en cualquier otro punto. Pero Sus oraciones no eran cosas tan huecas e irreales, como debemos confesar que fueron, si esa era la única intención que tenían. Nuestro Señor, la cabeza de la raza de los hombres, pero aún hombre tan verdaderamente como Dios, oró, como cualquiera de sus siervos podría orar, porque en la oración hay fuerza; en la oración es la victoria sobre la tentación; en la oración, y en la gracia de Dios obtenida mediante la oración, es la liberación de todo mal.

II. Si los tiempos de oración fueron necesarios para Cristo, cuánto más para todos los demás; porque como él estuvo en el mundo, así somos nosotros; la única diferencia es que estamos abiertos a las influencias perjudiciales que ejerce, como Él ni lo hizo ni pudo; que el mal en el mundo encuentra un eco y una respuesta en nuestros corazones que no encontró en absoluto en el Suyo. En un mundo donde hay tanto para disipar y distraer el espíritu, cuán necesaria es para nosotros esa comunión con Dios, en la que solo el espíritu se concentra en su verdadero centro, que es Dios nuevamente; en un mundo donde hay tanto para agitar las plumas del espíritu, qué necesario es entrar en el secreto del pabellón, que es lo único que lo devolverá a la compostura y la paz; en un mundo donde hay tanto que entristecer y deprimir, que bendita esa comunión con Él, en quien está la única fuente y fuente de todo verdadero gozo y gozo permanente; en un mundo donde tanto se busca siempre deshonrar nuestros espíritus, hacerlos comunes y profanos, cuán alto es el privilegio de consagrarlos de nuevo en oración a la santidad ya Dios.

RC Trench, Sermones en la Abadía de Westminster, pág. 138.

Referencias: Lucas 5:16 . Revista homilética, vol. VIP. 205; J. Vaughan, Cincuenta sermones, novena serie, pág. 128; Homilista, vol. VIP. 229. Lucas 5:16 . Spurgeon, Sermons, vol. xvii., No. 981. Lucas 5:17 .

Ibíd., Vol. xii., No. 720. Lucas 5:18 . G. Macdonald, Milagros de Nuestro Señor, p. 145. Lucas 5:22 ; Lucas 5:25 . N. Smyth, Christian World Pulpit, vol. xxvii., pág. 72. Lucas 5:26 . Spurgeon, My Sermon Notes: Gospels and Hechos, pág. 88.

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