Mateo 21:28

Prometer sin hacer.

Prometemos servir a Dios; no realizamos; y eso no por infidelidad deliberada en el caso particular, sino porque es nuestra naturaleza, nuestra manera de no obedecer, y no lo sabemos; no nos conocemos a nosotros mismos ni lo que estamos prometiendo. Tenga en cuenta varios casos de este tipo de debilidad:

I. El de confundir los buenos sentimientos con un verdadero principio religioso. Cuán a menudo un hombre es incitado por las circunstancias a expresar un deseo virtuoso, o proponer un acto generoso o valiente, y tal vez se aplaude a sí mismo por sus propios buenos sentimientos, y no sospecha que no es capaz de actuar en consecuencia. Se le escapa que hay un gran intervalo entre sentir y actuar. Sabe que es un agente libre y, en general, puede hacer lo que quiera; pero no es consciente de la carga de naturaleza corrupta y hábitos pecaminosos que penden de su voluntad y la obstruyen en cada ejercicio particular de ella.

II. Un caso especial de este autoengaño se ve en el retraso del arrepentimiento. Nada más que actos pasados son los vales para el futuro. Los sacrificios pasados, las labores pasadas, las victorias pasadas sobre ustedes mismos son las señales de lo que les espera, y sin duda de algo más grande que les espera. Pero confíe en nada menos que en estos. "Hechos, no palabras y deseos", esta debe ser la consigna de su guerra y la base de su seguridad.

III. Otra forma plausible del mismo error es un error con respecto a lo que se entiende por fe. La fe muerta, como dice Santiago, no beneficia a nadie. ¿Qué, por otro lado, es la fe viva? ¿Los pensamientos fervientes hacen que la fe viva? Santiago nos dice lo contrario. Nos dice que las obras, las obras de obediencia, son la vida de la fe. Hasta donde sabemos algo del asunto, la fe que justifica no tiene existencia independiente de sus actos definidos particulares. Puede describirse como el temperamento bajo el cual los hombres obedecen; el humilde y ferviente deseo de agradar a Cristo que causa y acompaña los servicios actuales.

JH Newman, Parochial and Plain Sermons, vol. i., pág. 165.

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