Salmo 24:3

La respuesta que el Espíritu da a su propia pregunta muestra claramente a quién tenía en mente cuando la propuso. El que quiera ascender en verdad debe ser un hombre cuya vida nunca ha tenido un lugar, en cuyo corazón no hay nada que ensucie su vida, y que ha cumplido todos los compromisos del pacto. Cuando hablamos de cualquier cristiano que hace una verdadera ascensión, creemos que solo puede hacerlo como es en Cristo Jesús; Creemos que nadie más que Uno nunca lo hizo, ni lo hará, ni podrá nunca ascender. Pero luego creemos que Uno ascendió, no solo, sino como la Cabeza de todo un cuerpo místico; que todos nosotros, todos los que lo creemos, realmente ascendimos con Él y en Él.

Sujetos entonces a esta gran verdad, e involucrados en ella, procedemos a preguntar: ¿Quiénes son los ascendentes? ¿Qué es una ascensión en verdad?

I. La vida es la ascensión. El paso real al trono es sólo el último de una serie de pasos que conducen a él, y de los cuales es el clímax obvio y necesario. El alma de un hombre ha de refinarse, poco a poco, hasta que al fin sea tan fina que no pueda permanecer en este aire más denso, sino que asciende, como por una obligación que le es inherente, a su propio bien propio y agradable. atmósfera.

II. En estos ascensos reales todos sabemos que existen algunas paradojas extrañas. El camino hacia abajo es siempre el camino hacia arriba. La vida de Cristo fue una degradación consecutiva cada vez más profunda, cada vez más baja, y así ascendió.

III. Si Dios es amor, es el que más rápido sube quien hace el mejor progreso en el amor; porque la cima es el amor.

IV. Una de las características más hermosas de la ascensión de nuestro Señor fue la sencillez. La simplicidad es una altura muy grande.

V. No habrá ascensión si Cristo mismo no está creciendo más y más alto para usted, más sentido, más precioso, más en su corazón. Porque es Cristo que resucita en nosotros lo que hace que resucitemos. Cada honor que amontona sobre Jesús te envía cada vez más alto, más y más cerca del seno de Dios.

J. Vaughan, Cincuenta sermones, sexta serie, pág. 233.

Referencias: Salmo 24:3 . Spurgeon, Sermons, vol. vii., No. 396. Salmo 24:3 ; Salmo 24:4 . H. Thompson, Concionalia: Esquemas para uso parroquial, segunda serie, p. 242; JE Vaux, Sermon Notes, tercera serie, pág. 100.

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