Salmo 61:2

Cuántas confesiones subyacen en estas palabras. Ceguera, de lo contrario David no habría dicho: "Guíame". Debilidad, de lo contrario no habría pensado en una roca. Pequeñez; por eso dice: "Más alto que yo". Las palabras del texto pueden transmitir (1) la noción de seguridad, porque la metáfora puede ser tomada de un barco en agua tormentosa, o de un hombre que viaja por el desierto, sujeto a los simún que barren la arena.

En cualquier caso, habría seguridad al abrigo de una "roca", y cuanto más alta la roca, más completo sería el refugio. (2) Las palabras pueden llevar la idea de elevación. "Condúceme a lo que pueda escalar", o más bien "Colócame a esa altura desde la cual pueda mirar hacia abajo las cosas que me rodean y verlas pequeñas".

I. Lo primero que todos queremos es la sensación de seguridad. Necesitamos un lugar tranquilo y silencioso, donde nuestros pensamientos agitados se calmen y donde ninguna circunstancia externa pueda conmovernos mucho. Esa calma y refugio es Cristo, y todos los que se acercan a Él lo hacen a Su lado, extrañamente, pasan a la paz. Su obra es tan fuerte, su fidelidad es tan segura, su presencia es tan tranquilizadora, que los que se acercan a él siempre descansan.

II. Mira la imagen de elevación. Somos pocos los que, en algún momento u otro de la vida, no nos hemos ocupado de subir a determinadas alturas. Pero fuera del yo, y completamente aparte del yo, hay otro objeto de ambición: la verdad. Nunca tendrás un objeto y un empleo dignos de tu ser hasta que comiences a hacer el ascenso de la verdad. ¿Y qué es la verdad? El Señor Jesucristo. Entonces te elevarás a la gran intención para la que fuiste creado, cuando asciendas más y más alto, a la mente, el consejo, la imagen, la obra y la gloria del Señor Jesucristo. Y de ahí la sabiduría de esa oración: "Llévame a la roca que es más alta que yo".

J. Vaughan, Cincuenta sermones, cuarta serie, pág. 75.

Referencias: Salmo 61:2 . Preacher's Monthly, vol. vii., pág. 69; J. Martineau, Horas de pensamiento, vol. ii., pág. 270; Spurgeon, Evening by Evening, pág. 268.

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