Salmo 99:8

Las verdades que se encuentran en el texto son estas: perdón y retribución están siempre unidos. Surgen de una fuente de amor santo, y deben convertirse para nosotros en ocasiones de alabanza solemne y agradecida. "Exalte al Señor nuestro Dios, porque él es santo". "Tú los perdonaste y castigaste sus inventos".

I. Note, primero, que el perdón es en el fondo la comunicación sin interrupciones del amor de Dios a los hombres pecadores. Somos demasiado propensos a pensar que Dios perdona a los hombres de la manera en que el soberano perdona a un culpable que ha sido condenado a la horca. Tal perdón no implica nada en cuanto a los sentimientos del criminal o del monarca. No es necesario que haya piedad por un lado ni arrepentimiento por el otro.

La verdadera idea del perdón no se encuentra solo en la región de la ley, sino en la región del amor y la paternidad. El perdón de Dios se establece una y otra vez en las Escrituras como el perdón de un Padre.

II. Tal perdón borra necesariamente la única pena verdadera del pecado. "La paga del pecado es muerte". ¿Qué es la muerte? El desgarramiento de un alma dependiente de Dios. ¿Cómo terminó esa pena? Cuando el alma se une a Dios en el triple vínculo de confianza, amor y obediencia. La comunicación del amor es el bloqueo del infierno.

III. La misericordia perdonadora de Dios deja muchas penas sin quitar. El perdón y el castigo provienen de la misma fuente y, por lo general, van juntos. La antigua afirmación, "Todo lo que el hombre siembre, eso también segará", es absolutamente cierto, universalmente cierto. El Evangelio no es su abrogación. Dios nos ama demasiado para aniquilar las consecuencias secundarias de nuestras transgresiones.

IV. El amor perdonador modifica tanto el castigo que se convierte en una ocasión de agradecimiento solemne. Cualesquiera que sean las dolorosas consecuencias del pecado pasado que aún persistan en nuestras vidas o atormenten nuestros corazones, podemos estar seguros de dos cosas acerca de todas ellas: que provienen de la misericordia que perdona; que vienen por nuestro beneficio.

A. Maclaren, Sermones predicados en Manchester, tercera serie, pág. 195.

Referencia: Salmo 99:8 . Expositor, primera serie, vol. ix., pág. 150.

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