8. Oh Jehová nuestro Dios El profeta aquí les recuerda que Dios había escuchado sus oraciones porque su gracia y su piedad armonizaban. En consecuencia, alentados por su éxito ejemplar en la oración, su posteridad debería invocar a Dios, no solo pronunciando su nombre con sus labios, sino manteniendo su pacto con todo su corazón. Además, nos recuerda que si Dios no muestra su gloria tan generosamente y tan profusamente en cada época, la culpa es de los hombres mismos, cuya posteridad ha abandonado por completo o ha disminuido en gran medida de la fe de los padres. No es de extrañar que Dios retire su mano, o al menos no la extienda de ninguna manera notable, cuando contempla la piedad que se enfría en la tierra.

Oh Dios, has sido propicio para ellos. (123) De estas palabras es bastante obvio que lo que el salmista había dicho anteriormente sobre Moisés, Aarón y Samuel, se refiere a todo el pueblo; porque seguramente no ofician como sacerdotes simplemente para su propio beneficio, sino para el beneficio común de todos los israelitas. Por lo tanto, la transición es más natural que él hace de estos tres al resto del cuerpo de la gente. Porque no restrinjo al pariente a estas tres personas, ni las interpreto exclusivamente de la misma, sino que creo que se señala el estado de toda la Iglesia; a saber, que mientras Dios, en las oraciones de los sacerdotes, era propicio para los judíos, él, al mismo tiempo, los castigaba severamente por sus pecados. Porque, por un lado, el profeta magnifica la gracia de Dios porque había tratado al pueblo con tanta amabilidad y había perdonado misericordiosamente su iniquidad; por otro lado, él especifica esos horribles ejemplos de castigo por los cuales los castigó por su ingratitud, para que sus descendientes puedan aprender a someterse obedientemente a él. Porque no debe olvidarse que, por cuánto Dios nos trata con gracia, por tanto resistirá con menos facilidad que debamos tratar su liberalidad con desprecio.

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