OJOS ABIERTOS

'Al instante recobró la vista y siguió a Jesús por el camino'.

Marco 10:52

Bartimeo se sentó junto al camino y no dio ningún paso hacia la Ciudad Santa; pero cuando hubo obtenido misericordia y el don que pidió, siguió a Cristo, y eso lo llevó a Jerusalén. Así que ahora muchas almas en pobreza y ceguera se detienen en el camino, lejos de la Jerusalén celestial.

I. La Encarnación ha puesto al Hijo de Dios en contacto con la vida y las necesidades humanas, para que las almas, ciegas y pobres, encuentren en Él la luz y la gracia, la vista y la riqueza. Así como Bartimeo oró con fe y arrepentimiento, así debemos nosotros, 'Señor, que reciba la vista'.

II. El autoconocimiento es la fuente de la penitencia. Nos corresponde a nosotros conocer nuestra necesidad, y luego, orando con fe y verdadero conocimiento de nosotros mismos, obtenemos lo que pedimos.

III. Se nos da la luz de Cristo para que podamos verlo y seguirlo todos los días. Los primeros cristianos hablaban de la vida cristiana como el camino, y caminando en ella tenemos comunión con el Señor.

IV. Las cualidades espirituales , por ejemplo, la fe y la oración, el autoconocimiento y la devoción personal, son necesarias para la vida de nuestras almas.

V. Al seguir a Cristo, buscamos cada día un deber que cumplir, una guerra que librar, una cruz que llevar y una gracia que hacer nuestra.

Rev. John Wakeford.

Ilustración

'Así llegamos a seguir a Jesús en el camino; y ese camino es el camino de la santidad, el camino angosto que conduce a la vida eterna, el camino ascendente a la Jerusalén celestial. Ese también es un camino que nos aleja del yo, del autocomplacencia y de muchos placeres que el mundo llama inocentes. No siempre es un camino sencillo; sube por la Dificultad de la Colina, y pronto serpentea hacia el Valle de la Humillación; es un camino donde hay muchas espinas que perforar, y donde hay hiel amarga y vinagre punzante de abnegación; es un camino que a menudo está empapado de lágrimas; pasa por un huerto de Getsemaní, un lugar de oración agonizante; conduce a una cruz, a veces una cruz para toda la vida; nos lleva a una tumba, pero, gracias a Dios, a una tumba de la que se quita la piedra y que resplandece con la luz de una gloriosa resurrección.

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