ADORACIÓN Y SUPERSTICIÓN

"Si puedo tocar su manto, seré sano".

Mateo 9:21

Esta historia registra un ejemplo muy notable del tratamiento que dio nuestro Salvador a la ignorancia y la superstición. Fue una pobre presunción de esta mujer, dice el buen obispo Hall, que pensó que podría recibir un remedio tan soberano de Cristo sin Su atención, sin Su conocimiento. Cristo sanó, supuso ella, no por el ejercicio de su santa voluntad, sino por una cierta influencia mágica y un poder que ella pensaba que habitaba en él. Pero aunque las ideas de esta mujer eran totalmente erróneas, teñidas de mucha superstición e ignorancia, el resultado de su fe practicada fue totalmente excelente.

I. Superstición y fe . — Hay una tentación muy frecuente para nosotros, a quienes se ha concedido, como consideramos con razón, una revelación más pura de la fe cristiana, de pensar con dureza e intolerancia en aquellos cristianos declarados cuyas mentes aún no están iluminadas sobre muchos puntos de la verdad Divina. Estamos tentados a considerar sus supersticiones como un abismo a través del cual no podemos abrazar a nuestros hermanos cristianos.

Es bueno, por tanto, recordarnos este milagro de Jesucristo. Hay mucha adoración espiritual en mucha superstición aparente; y, más aún, hay mucha idolatría espiritual en ese orgullo de mejor conocimiento que sólo puede pensar con desprecio en nuestros hermanos cristianos porque, en su ignorancia inocente, se han acostumbrado a doblar sus rodillas ante una estatua o atribuir un poder ficticio a una imagen de piedra.

II. Sólo uno recibió la bendición — No había nada en el dobladillo del manto de Cristo más que en el dobladillo de cualquier otro para transmitir una bendición. Una multitud se agolpaba a su alrededor, apresurándose contra Él, pero sin recibir ningún beneficio. Solo una mujer de toda esa multitud creía que Su Sagrada Persona estaba llena de bendiciones sanadoras, de modo que si tan solo pudiera entrar en contacto con Él, sería sanada de inmediato.

Ella reconoció que un toque de Cristo podía vencer todos los poderes de las tinieblas de este mundo. Y Él a su vez reconoció ese toque de fe tímida, incluso en medio de la presión de la multitud. Así sucede hoy en la Iglesia de Jesucristo. El Cristo todavía nos transmite fuerza y ​​sanación a través de medios externos. Y si el borde del manto de Cristo tuvo tanto poder para sanar y bendecir cuando fue tocado por la fe, ¡cuánto más el Cuerpo y la Sangre de Cristo, recibidos por fe en nuestros corazones, tendrán poder para fortalecer y refrescar nuestras almas!

—El reverendo Ivor Farrar.

Ilustración

Cuando Henry Martyn, el gran y santo misionero, vio una vez en España a una pobre anciana inclinándose y besando con reverencia los pies de una imagen de piedra y bañándola con sus lágrimas, reflexionó que, por mucho que entendiera el plan de la redención podría ser mejor que la de ella, muy probablemente en la fe y el amor ella era su superior.

Continúa después de la publicidad
Continúa después de la publicidad