1-9 David, angustiado, huyó al tabernáculo de Dios. Es un gran consuelo en un día de problemas, que tengamos un Dios al que acudir, a quien podamos abrir nuestros casos, y de quien podamos pedir y esperar dirección. David le dijo a Ahimelec una gran mentira. ¿Qué diremos a esto? La Escritura no lo oculta, y no nos atrevemos a justificarlo; estaba mal hecho, y resultó de mala consecuencia; porque ocasionó la muerte de los sacerdotes del Señor. David lo pensó después con pesar. David tenía gran fe y valor, pero ambos le fallaron; cayó así por el miedo y la cobardía, debido a la debilidad de su fe. Si hubiera confiado en Dios correctamente, no habría usado un cambio tan lamentable y pecaminoso para su propia preservación. Está escrito, no para que hagamos lo mismo, no, no en las mayores dificultades, sino para nuestra advertencia. David le pidió a Ahimelec pan y una espada. Ahimelec supuso que podrían comer el pan de la proposición. El Hijo de David enseñó de ella que la misericordia es preferible al sacrificio; que las observancias rituales deben dar paso a deberes morales. Doeg puso su pie tan lejos dentro del tabernáculo como lo hizo David. Poco sabemos con qué corazones la gente viene a la casa de Dios, ni qué uso harán de la pretendida devoción. Si muchos vienen con sencillez de corazón para servir a su Dios, otros vienen a observar a sus maestros y a probar a los acusadores. Solo Dios y el evento pueden distinguir entre un David y un Doeg, cuando ambos están en el tabernáculo.

Continúa después de la publicidad
Continúa después de la publicidad