1-3 Josías había recibido un mensaje de Dios de que no se podía evitar la ruina de Jerusalén, pero que solo debía salvar su propia alma; sin embargo, él hace su deber y deja el resultado en manos de Dios. Comprometió al pueblo de la manera más solemne a abolir la idolatría y a servir a Dios con justicia y verdadera santidad. Aunque la mayoría eran formales o hipócritas en esto, se evitaría mucha maldad exterior y eran responsables ante Dios por su propia conducta.

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