14-31 Cuando nos reunimos para adorar a Dios, debemos hacerlo, no sólo con la oración y la alabanza, sino con la lectura y la escucha de la palabra de Dios. La mera lectura de las Escrituras en las asambleas públicas no es suficiente; deben ser expuestas, y el pueblo debe ser exhortado a partir de ellas. Esto es ayudar a la gente a hacer lo necesario para que la palabra sea provechosa, para aplicarla a sí misma. En este sermón se abordan todas las cosas que podrían convencer a los judíos de recibir y abrazar a Cristo como el Mesías prometido. Y cada visión, por breve o tenue que sea, de los tratos del Señor con su iglesia, nos recuerda su misericordia y longanimidad, y la ingratitud y perversidad del hombre. Pablo pasa de David al Hijo de David, y muestra que este Jesús es su Semilla prometida; un Salvador que hará por ellos lo que los jueces de antaño no pudieron hacer, salvarlos de sus pecados, sus peores enemigos. Cuando los apóstoles predicaban a Cristo como el Salvador, estaban tan lejos de ocultar su muerte, que siempre predicaban a Cristo crucificado. Nuestra completa separación del pecado, está representada por nuestra sepultura con Cristo. Pero él resucitó de entre los muertos, y no vio la corrupción: ésta era la gran verdad que había que predicar.

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