El siguiente comentario cubre los Capítulos 12 y 13.

La segunda división comienza con el capítulo 12 y contiene los estatutos y ordenanzas que estaban obligados a observar. No es una repetición de las antiguas ordenanzas, sino lo que se refiere especialmente a su conducta en la tierra, para que la guarden y sean bendecidos en ella. Es un pacto, o las condiciones de su relación con Dios, y del disfrute de sus promesas, añadido a lo dicho anteriormente (ver Deuteronomio 29:1 ).

Las ordenanzas tendían en general a esto, que ellos eran un pueblo que pertenecía a Jehová, y que debían renunciar a toda otra relación para ser Suyos; y guardarse de todo lo que pudiera seducirlos a formar tales relaciones, o contaminarlos en las que tenían con Jehová. Al mismo tiempo, se dan instrucciones sobre los detalles del mantenimiento de esas relaciones. Una cosa caracteriza especialmente esta parte: un lugar fijo donde Jehová pondría su nombre a los que debían subir a adorar.

Pero en todo esto, y en todo el libro, este punto se trata como una cuestión de relación directa del pueblo mismo con Dios. Los sacerdotes son, en general, mencionados más como objetos del cuidado del pueblo cuando están en la tierra, según las ordenanzas ya dadas. El pueblo debía comportarse de tal y tal manera con ellos; pero la relación es inmediata entre el pueblo y Dios.

El primer principio que se establece para confirmar estas relaciones es la elección de un lugar como centro de su ejercicio. Debían ir allá con todas sus ofrendas; podrían comer carne en otra parte, sin la sangre; pero las cosas consagradas sólo podían comerse en el lugar elegido por Dios. No debían olvidar a los levitas. Ni siquiera debían inquirir acerca de los caminos de aquellos que habían sido expulsados ​​de la tierra.

Si se cumplieran las señales de un profeta que los induciría a servir a otros dioses, o si un pariente, o el amado de sus almas, los indujera, tales debían ser condenados a muerte; si alguno de una ciudad, toda la ciudad debía ser reducida a un montón de piedras. No debía permitirse ninguna relación con nadie más que con el Dios verdadero, ninguna tolerancia hacia aquello que los atraía para seguir a otro.

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