30. Y Jacob dijo. Moisés declara que el hombre santo condenó el crimen, para que nadie pensara que había participado en su consejo. También les reprocha a sus hijos, porque los habían hecho odiados entre los habitantes de la tierra; es decir, los habían vuelto tan repulsivos que nadie podría soportarlos. Si las naciones vecinas se conjuraran contra él, no podría resistirles, ya que tenía una fuerza tan pequeña en comparación con su gran número. Él nombra expresamente a los cananeos y a los ferezeos, quienes, aunque no habían sufrido ninguna ofensa, por naturaleza estaban sumamente inclinados a infligir daño. Pero Jacob puede parecer que actúa de manera preposterada al pasar por alto la ofensa cometida contra Dios y considerar solo su propio peligro. ¿Por qué no se enfada más por su crueldad? ¿Por qué no se ofende por su perfidia? ¿Por qué no reprueba su avaricia? Sin embargo, es probable que cuando los vio aterrados por su reciente crimen, adaptó sus palabras a su estado mental. Actúa como si estuviera quejándose de que él, en lugar de los siquemitas, fuera asesinado por ellos. Sabemos que los hombres rara vez, si acaso, se ven llevados al arrepentimiento, excepto por el temor al castigo, especialmente cuando tienen un pretexto especioso como cobertura para su falta. Además, no sabemos si Moisés seleccionó esto como parte de una larga exposición, para hacer que sus lectores entiendan que la furia de Simeón y Leví era tan violenta que estaban más insensibilizados que las bestias a su propia destrucción y a la de toda su familia. Esto queda claro en su propia respuesta, que no solo respira una ferocidad bárbara, sino que muestra que no tenían sensibilidad. Fue bárbara, primero, porque se excusan por haber destruido a todo un pueblo y saqueado su ciudad debido a la injuria hecha por un hombre; en segundo lugar, porque responden a su padre de manera tan breve y contumaz; en tercer lugar, porque defienden obstinadamente la venganza que habían tomado precipitadamente. Además, su insensibilidad fue prodigiosa, porque no se vieron afectados por la idea de su propia muerte, y la de sus padres, esposas e hijos, que parecía inminente. Así se nos enseña cómo la ira intemperante priva a los hombres de sus sentidos. También se nos amonesta que no es suficiente culpar a nuestros oponentes, sino que siempre debemos ver hasta dónde es lícito proceder.

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