20. Y lo arrojaron en un pozo. Antes de perpetrar el asesinato, buscan un pretexto con el que puedan ocultar su crimen a los hombres. Mientras tanto, nunca se les ocurre que lo que está oculto a los hombres no puede escapar a los ojos de Dios. Pero la hipocresía es tan estúpida que, mientras huye de la desgracia del mundo, no se preocupa por el juicio de Dios. Pero es una enfermedad arraigada en la mente humana, poner algún color especioso en cada acto extremo de iniquidad. Porque aunque un juez interior convence al culpable, aún se confirman en la impudencia para que su desgracia no sea aparente a los demás.

Y veremos qué será de sus sueños. Como si la verdad de Dios pudiera ser subvertida por la muerte de un hombre, se jactan de que habrán logrado su deseo cuando hayan matado a su hermano; a saber, que sus sueños no tendrán éxito. Esto no es, en verdad, su propósito declarado, pero la envidia turbulenta los impulsa precipitadamente a luchar contra Dios. Pero cualquiera que sea su diseño al contender así con Dios en la oscuridad, sus intentos resultarán, al final, en vano. Porque Dios siempre encontrará un camino a través del abismo más profundo para llevar a cabo lo que ha decretado. Si, entonces, los incrédulos nos provocan con sus reproches y se jactan con orgullo de que nuestra fe no nos servirá de nada; que su insolencia no nos desanime ni debilite, sino que avancemos con confianza.

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